Francia |
El
reinado de Luis XIV Richelieu murió en 1642 y Luis XIII en 1643,
dejando el trono a su hijo de cinco años, Luis XIV. Mazarino
y La Fronda El protegido y sucesor de Richelieu como primer
ministro, el cardenal Giulio Mazarino, continuó la política de su
predecesor, culminando de forma victoriosa la guerra con los Habsburgo y
derrotando, en el interior, el primer esfuerzo coordinado de la
aristocracia y la burguesía para invertir la concentración de poder en
el rey realizada por Richelieu. En 1648, el Parlamento de París, en alianza con los
burgueses de la ciudad, protestó contra los elevados impuestos y, con el
apoyo de los artesanos, hicieron estallar una rebelión contra la Corona,
denominada La Fronda. Poco después de que finalizara, los nobles
amotinados del sur se rebelaron y, antes de que la revolución fuera
aplastada, una guerra civil arrasó de nuevo diversas zonas de Francia. A
pesar de esto, la Fronda fracasó en su intento de impedir la
centralización del poder y, hasta la década de 1780, los estamentos
privilegiados no desafiaron de nuevo a la autoridad de la Corona. El
absolutismo de Luis XIV A la muerte del cardenal Mazarino en 1661,
Luis XIV anunció que en lo sucesivo él sería su propio primer
ministro. Durante los siguientes 54 años, gobernó Francia personal y
conscientemente, y se estableció a sí mismo como modelo del monarca
absolutista que gobernaba por derecho divino (véase
Absolutismo). A principios de su gobierno en solitario,
Luis XIV estableció la estructura del estado absolutista. Organizó
un número determinado de consejos consultivos y, para ejecutar sus
instrucciones, los dotó de hombres capaces y completamente dependientes
de su persona. La demanda de los parlamentos provinciales de un veto sobre
los decretos reales se silenció totalmente. Los nobles potencialmente
peligrosos, por ser descendientes de la antigua nobleza feudal, quedaron
unidos a la corte a través de cargos prestigiosos pero de carácter
ceremonial, que no les dejaban tiempo libre para su actividad política.
La burguesía se mantuvo políticamente satisfecha con la garantía de
orden interno que le ofrecía el gobierno, el fomento activo del comercio
y la industria y las oportunidades de hacer fortuna explotando los gastos
del Estado. Luis XIV
y la Iglesia El rey, gracias al poder de nombrar a los obispos,
consiguió un dominio firme sobre la jerarquía eclesiástica. El monarca
gobernaba como representante de Dios en la tierra, y la obediencia del
clero le proporcionó la justificación teológica de su derecho divino.
Un movimiento disidente, el jansenismo, que se desarrolló en el siglo XVII,
constituyó una amenaza política por el énfasis que daba a la
supremacía de la conciencia individual, por lo que Luis luchó contra él
desde sus comienzos. Mecenazgo
de las artes El gran palacio que construyó Luis XIV en
Versalles fue —y sigue siendo— incomparable en tamaño y en
magnificencia, un monumento de la arquitectura, pintura, escultura,
diseño interior, jardinería y tecnología constructiva de Francia. Luis
XIV fue un destacado mecenas de las artes. Intentó elevar el nivel
cultural mediante la fundación de la Academia de Bellas Artes y la
Academia Francesa en Roma; además, ayudó a los autores con aportaciones
económicas y fomentó sus trabajos, nombrando a un surintendant
(supervisor) de música para elevar la calidad de las composiciones y de
los conciertos. Creó también la Academia de las Ciencias. Regulación
de la economía El ministro de Finanzas, Jean-Baptiste Colbert, fue el
gran exponente de la era del mercantilismo. Subvencionó a la industria,
estableció aranceles para eliminar la competencia exterior y controles de
calidad en la producción industrial, desarrolló mercados coloniales que
fueron monopolizados por los comerciantes franceses, fundó compañías
comerciales ultramarinas, reconstruyó la Armada y, en el interior,
construyó carreteras, puentes y canales. La
persecución de los hugonotes Antes de finalizar su reinado, los gastos de las
guerras habían arruinado la mayor parte del trabajo de Colbert en el
ámbito económico y, en 1685, el rey asestó un golpe a la débil
economía del Estado al revocar el Edicto de Nantes. Convencido de que la
mayoría de los hugonotes se habían convertido al catolicismo, prohibió
el culto público protestante, los predicadores fueron expulsados del
país y se destruyeron sus centros de reunión. A pesar de la amenaza de
elevadas multas, entre 200.000 y 300.000 hugonotes abandonaron Francia; la
mayoría eran artesanos especializados, intelectuales y oficiales del
ejército; en definitiva, valiosos súbditos que Francia no podía
permitirse el lujo de perder. Las
guerras de Luis XIV Luis condujo a su país a cuatro guerras costosas. En
todas ellas continuó la política de contener y reducir el poder de los
Habsburgo, extender las fronteras francesas hasta posiciones defendibles y
conseguir ventajas económicas. Su ministro de Guerra, el marqués de
Louvois, organizó un poderoso ejército de 300.000 hombres entrenados,
disciplinados y bien equipados. En 1667, el monarca empleó este ejército
para hacer valer su reclamación (basada en su matrimonio, en 1660, con
María Teresa, hija del rey Felipe IV de España) sobre los Países
Bajos españoles. Una hostil alianza de poderes marítimos le indujo a
negociar un compromiso de paz en 1668. La recompensa francesa fueron once
fortalezas en la frontera nororiental. En 1672, las consideraciones estratégicas y
económicas llevaron a Luis a atacar las Provincias Unidas (parte de los
Países Bajos no sujeta a dominación española), donde pronto se
enfrentaría no sólo con los holandeses, sino también con una poderosa
coalición. Francia consiguió tras la Paz de Nimega (1678), que puso fin
a la guerra, el Franco Condado en la frontera oriental y una docena de
ciudades fortificadas en el sur de los Países Bajos. En 1689, una alianza de poderes europeos, la Liga de
Augsburgo, entró en guerra con Luis XIV para poner fin a su
política de anexionar territorios adyacentes a ciudades conseguidas en
tratados anteriores. Los ocho años de guerra terminaron con la Paz de
Ryswick, acuerdo en el que ambas partes renunciaron a sus conquistas,
aunque Francia retuvo la ciudad de Estrasburgo en Alsacia. Los combatientes habían resuelto solucionar sus
diferencias debido a que una nueva crisis internacional asomaba en el
horizonte. Carlos II, rey de España, no tenía heredero directo. Un
mes antes de su muerte, nombró para sucederlo al nieto de Luis XIV,
Felipe de Anjou. Aunque Luis había defendido anteriormente la división
de la herencia de la monarquía española, decidió apoyar la candidatura
de su nieto a todo el territorio. Los otros estados europeos temieron las
consecuencias de la gran extensión del poder de los Borbones que esto
generaría, y se unieron en una coalición para evitarlo. La guerra de
Sucesión española duró trece agotadores años. Al final, Luis
consiguió su principal objetivo y su nieto se convirtió en rey de
España con el nombre de Felipe V. El
fin del reinado de Luis XIV La guerra, junto al frío invierno de 1709 y a una
escasa cosecha, provocó en Francia numerosas revueltas por la falta de
alimentos y en demanda de reformas políticas y fiscales. Una epidemia de
viruela que tuvo lugar entre 1711 y 1712 acabó con la vida de tres
herederos al trono, dejando un único superviviente por línea directa, el
biznieto de Luis, que tenía 5 años de edad. Luis XIV murió en
Versalles el 1 de septiembre de 1715, tras 73 años de reinado. Francia
en el siglo XVIII Luis XV que reinó entre 1715 y 1774, y su nieto,
Luis XVI, en el poder desde 1774 hasta 1792, fueron gobernantes bien
intencionados, pero ambos carecían de la habilidad necesaria para adaptar
las instituciones nacionales a las cambiantes condiciones del siglo XVIII.
Luis XV era indolente y estaba poco interesado por los asuntos de
Estado, que intentaba despachar lo antes posible para disfrutar de los
placeres que le ofrecían su riqueza y posición. Desacreditó a la
monarquía y a su muerte era tan impopular que su cuerpo fue enterrado en
secreto. Luis XVI, con sólo 20 años de edad cuando comenzó a
reinar, era indeciso y muy influenciable. Su joven esposa, María
Antonieta, frívola y extravagante, obstaculizó las necesarias reformas. No obstante, el siglo XVIII fue una de las
épocas más importantes de la historia del país. Francia era la nación
más rica y poderosa del continente. El gusto por lo francés, desde la
arquitectura o el diseño hasta la moda, se extendía por todo el mundo
occidental. Las ideas políticas y sociales de los escritores franceses
influyeron en el pensamiento y en las actividades tanto de Europa como de
América, y el francés se convirtió en el idioma de los intelectuales en
todo el mundo (véase Siglo de las Luces). La
economía Este siglo fue un periodo caracterizado por un
extraordinario crecimiento económico. La población pasó de 21 millones
en 1700 a 28 millones en 1790. Los ingresos procedentes de la agricultura
se incrementaron en un 60%. Los historiadores económicos sitúan los
comienzos de la industrialización francesa en el siglo XVIII, fecha
en la que el país era la principal potencia industrial del mundo. El Corps des Ponts et Chausseés (Departamento de Puentes y Carreteras),
fundado en 1733, hizo del sistema de carreteras francés el mejor de
Europa en 1780. La flota mercante de Francia contaba con más de 5.000
barcos, dedicados al lucrativo comercio con África, América y la India,
y enriquecía a los comerciantes de los puertos franceses del Atlántico.
Sin embargo, los ingresos de los trabajadores y artesanos de las ciudades
difícilmente mantenían el ritmo de la inflación, así como la mayoría
de los campesinos, que conseguían pocos excedentes para vender y estaban
cargados de fuertes impuestos, diezmos y obligaciones feudales. Régimen
fiscal El sistema tributario, que eximía a los territorios
de la nobleza y del clero (aproximadamente el 35% de los terrenos
cultivados) de los impuestos sobre la tierra, fracasó al no afectar a los
principales contribuyentes y al establecer una carga injusta sobre el
campesinado y la burguesía. Los sucesivos ministros intentaron establecer
un sistema tributario equilibrado que afectara a toda la riqueza, pero la
oposición de los estamentos privilegiados y la debilidad del rey al
apoyar reformas contra esa oposición frustraron estos intentos. Oposición
a la monarquía La nobleza (cuyos títulos eran originariamente
comprados a la Corona) dirigió en los parlamentos provinciales la
oposición a las iniciativas reales, invocando que los decretos reales se
sometieran a la aprobación parlamentaria y haciéndose pasar por
defensores de las libertades públicas contra el despotismo real, con lo
que pretendían popularizar su causa; en realidad, lo que estaban
defendiendo eran sus propios privilegios y el control del gobierno por
parte de la aristocracia. La oposición de la clase intelectual a la monarquía
estuvo dirigida por los filósofos y escritores franceses del siglo XVIII
que trataban problemas políticos, sociales y económicos. Rechazando las
costumbres y la tradición como líneas de acción, instaron a sus
compatriotas a que usaran la razón como medio para descubrir las leyes
naturales que rigen las relaciones humanas y para moldear nuevas
instituciones de gobierno y sociedad en conformidad con ellas. También
sostenían que toda la población tenía ciertos derechos naturales —vida,
libertad y propiedad— y que los gobiernos existían para garantizar esos
derechos. Algunos, a finales del siglo, defendieron el derecho de
autogobierno. Estas ideas fueron especialmente apreciadas por la
burguesía, que había aumentado en número, riqueza y ambición, y
ansiaba ampliar su destacada posición socioeconómica al ámbito
político, participando en las decisiones del gobierno. A través de la
burguesía, las ideas se filtraron hasta las capas inferiores de la
sociedad y llegaron a formar parte del acervo popular antes de la
revolución. La
crisis financiera Los problemas financieros del gobierno empeoraron
después de 1740 por la reanudación de los conflictos bélicos. La guerra
de Sucesión austriaca (1740-1748) y la guerra de los Siete Años
(1756-1763) fueron enfrentamientos europeos por la hegemonía en Europa
central y en las colonias. La segunda de ellas llegó incluso a algunas
zonas de América, la denominada Guerra Francesa e India, que enfrentó a
Francia y Gran Bretaña por obtener el predominio comercial y territorial
en un amplio espacio geográfico. Francia perdió su vasto imperio
colonial en América y en la India. En 1778, los franceses intervinieron
en la guerra de la Independencia estadounidense, apoyando la rebelión de
los colonos norteamericanos para debilitar así a Gran Bretaña y
recuperar las colonias perdidas. Sin embargo, las esperanzas francesas no
se cumplieron, a pesar del éxito de los insurgentes, y su participación
en la guerra incrementó la ya creciente y onerosa deuda nacional. |