Egipto |
Historia
Los orígenes de la antigua civilización egipcia, que
muchos consideran como una de las fuentes de la cultura occidental, no se
pueden establecer con certeza. Los testimonios arqueológicos sugieren que
los primitivos habitantes del valle del Nilo estuvieron bajo la influencia
de las culturas del Próximo Oriente, pero el grado de esta influencia está
por determinar. Tanto la descripción del desarrollo de la civilización
egipcia, como los intentos de identificar sus fundamentos intelectuales,
son en gran parte una serie de conjeturas basadas en los descubrimientos
arqueológicos de los restos de ruinas, tumbas y monumentos, la mayoría
de los cuales contienen muestras muy valiosas de la cultura antigua. Las
inscripciones en jeroglíficos, por ejemplo, han proporcionado datos de
extrema importancia. La base para el estudio del periodo dinástico de la
historia egipcia, entre la primera dinastía y el periodo de los tolomeos,
reside en el Aegyptiaca de Manetón,
un sacerdote tolemaico del siglo III a.C., que organizó una lista de
reyes dividida en 30 dinastías. Existe un acuerdo general sobre las
divisiones de la historia egipcia, hasta la conquista de Alejandro III el
Magno, en los imperios Antiguo, Medio y Nuevo con periodos intermedios,
seguidos por los periodos tardío y de los tolomeos, fijado cronológica y
genealógicamente gracias a los nuevos hallazgos y el uso creciente de
sofisticados métodos de datación. Prehistoria Hace unos 60.000 años, el río Nilo comenzó las
inundaciones anuales de los terrenos de su cuenca, dejando tras de sí un
fértil suelo aluvial. Las áreas cercanas a la llanura de inundación
permitieron garantizar los recursos alimentarios y el agua. Con el tiempo,
los cambios climáticos, que comprendían periodos de aridez, permitieron
afianzar el asentamiento humano en el valle del Nilo. Desde el periodo
calcolítico (edad del cobre, que comienza hacia el 4000 a.C.), hasta
comienzos del Imperio Antiguo, la población se extendió por una gran área. En el séptimo milenio a.C., Egipto contaba con unas
condiciones medioambientales apropiadas para la ocupación humana. Se han
encontrado evidencias de asentamientos desde ese tiempo en las áreas del
sur o Alto Egipto; restos de ocupación similares se han descubierto en
los emplazamientos nubios (actualmente Sudán). Se han encontrado
bastantes fragmentos de cerámica en las tumbas del Alto Egipto desde el
cuarto milenio a.C. (en el periodo predinástico) que permiten establecer
una secuencia de datación relativa. El periodo predinástico, que
finaliza con la unificación de Egipto en un único reino, se subdivide
por lo general en tres fases, cada una de ellas se refiere a los
yacimientos en los cuales se encontraron sus materiales arqueológicos:
badariense, amratiense (Nayada I) y geerziense (Nayada II y III). Los
yacimientos del norte (desde el 5500 a.C.) han proporcionado material
para establecer una datación arqueológica de cierta continuidad pero no
ofrece una cronología larga como las encontradas en el sur. Periodo
predinástico (o arcaico) Las fuentes arqueológicas muestran el nacimiento,
hacia el final del periodo geerziense (3200 a.C.), de una fuerza política
dominante que se convirtió en el elemento de consolidación del primer
reino unificado del antiguo Egipto. El jeroglífico más antiguo que se
conoce data de este periodo; pronto los nombres de los soberanos empezaron
a aparecer en los monumentos. Tras la finalización del reinado de Narmer
(3100 a.C.), siguieron la I y II Dinastías (3100-2755 a.C.),
con al menos 17 reyes. Algunas de las grandes estructuras funerarias (predecesoras
de las pirámides) se construyeron en Sakkara y Abidos durante la
existencia de estas dos dinastías. El Imperio Antiguo El Imperio Antiguo (2755-2255 a.C.) comprende
desde la III hasta la VI Dinastías. La capital estaba en el norte, en
Menfis, y los monarcas mantuvieron un poder absoluto sobre un gobierno sólidamente
unificado. La religión desempeñó un papel importante, como queda
registrado en la mitología egipcia; de hecho, el gobierno había
evolucionado hacia un sistema teocrático, en donde el faraón era
considerado un dios en la tierra, por lo que gozaba de un poder absoluto. La
edad de oro La III Dinastía fue la primera de las ubicadas en
Menfis, y su segundo soberano, Zoser o Djoser (2737-2717 a.C.),
reforzó la unidad nacional al unir los símbolos del norte y sur en su
construcción funeraria en Sakkara. En general, la III Dinastía marcó el
principio de la edad de oro de una nueva y vigorosa cultura. La IV Dinastía se inició con el faraón Snefru,
entre cuyos proyectos de edificación se encontraban las primeras pirámides
en Dahshur (al sur de Sakkara). Snefru, el rey guerrero del cual quedan
extensos documentos, realizó campañas en Nubia, Libia y el Sinaí. El
desarrollo del comercio y la minería trajo la prosperidad al reino.
Snefru fue sucedido por su hijo Keops, que erigió la Gran Pirámide en
Gizeh. Aunque se conoce poco de su reinado, aquel monumento no sólo
atestigua su poder sino que también indica la complejidad que la
burocracia había alcanzado. Redjedef, hijo de Keops (reinó en 2613-2603 a.C.),
introdujo una divinidad asociada al elemento solar (Ra o Re) en el título
real y en el panteón religioso. Kefrén, otro hijo de Keops, sucedió a
su hermano en el trono y construyó su complejo funerario en Gizeh. Otro
miembro de la dinastía fue Mikerinos (reinó en 2578-2553 a.C.);
conocido por haber erigido la más pequeña de las tres grandes pirámides
de Gizeh. En la IV Dinastía, la civilización egipcia alcanzó
la cumbre de su desarrollo y este alto nivel se mantuvo durante la V y VI
Dinastías. El esplendor manifestado en las pirámides se extendió a
numerosos ámbitos del conocimiento como arquitectura, escultura, pintura,
navegación, artes menores y astronomía; los astrónomos de Menfis
establecieron un calendario de 365 días. Los médicos del Imperio Antiguo
también mostraron un extraordinario conocimiento de fisiología, cirugía,
el sistema circulatorio humano y el uso de antisépticos. Comienzo
del declive Aunque la V Dinastía mantuvo la prosperidad con la
ampliación del comercio exterior y las incursiones militares en Asia, se
evidenciaron los signos del declive de la autoridad real debido al aumento
de la burocracia y al incremento del poder de los administradores que no
pertenecían a la realeza. Unas, último rey de la dinastía (reinó en
2428-2407 a.C.), fue enterrado en la pirámide de Sakkara, en una cámara
funeraria cuyas paredes tenían inscripciones que se han denominado
‘Textos de la Pirámide’. Estos textos se utilizaron también en las
tumbas reales de la VI dinastía. Varias inscripciones autobiográficas de
funcionarios de la VI dinastía indicaban el poder decreciente de la
monarquía y apuntan incluso una conspiración contra el faraón Pepi I (reinó
en 2395-2360 a.C.) en el que se vio implicada la mujer del soberano.
Se cree que durante los últimos años de Pepi II, que reinó en 2350-2260 a.C.,
el poder puede que estuviera en manos de su visir. La autoridad central en
la economía también decreció por los decretos de exención de impuestos.
Los nomos (distritos) alcanzaron
rápidamente un poder propio cuando los nomarcas (gobernadores de distrito)
empezaron a establecerse de forma fija en vez de trasladarse periódicamente
a los diferentes nomos. Primer
periodo intermedio La VII Dinastía marcó el comienzo del primer periodo
intermedio. Como consecuencia de disensiones internas, las noticias sobre
la VII y VIII dinastías son bastante oscuras. Parece claro, sin embargo,
que ambas gobernaron desde Menfis y duraron sólo 25 años. En este tiempo,
los poderosos nomarcas (gobernadores locales) tenían el control completo
de sus distritos, y las facciones en el sur y el norte rivalizaron por el
poder. Durante las IX y X Dinastías, los nomarcas cercanos a Heracleópolis
controlaron su área y extendieron su poder hacia el norte hasta Menfis (incluso
hasta el delta) y hacia el sur, hasta Asiut (Licópolis). Los nomarcas
rivales de Tebas establecieron la XI Dinastía, que controlaba el área
desde Abidos hasta Elefantina, cerca de Siene (hoy Asuán). La primera
parte de esta dinastía, la primera del Imperio Medio, se superpuso a la
última etapa de la X Dinastía. El Imperio Medio Sin un gobierno centralizado, la burocracia no era
efectiva, ya que se impuso la atomización del poder. El arte egipcio se
hizo más local, y no se construyó ningún complejo funerario destacado.
La religión también se democratizó cuando las clases inferiores
reclamaron privilegios que previamente estaban reservados sólo a la
realeza. Por ejemplo, podían usar fragmentos extraídos de los Textos de
las Pirámides en las paredes de sus ataúdes o tumbas. Reunificación
Aunque el Imperio Medio (2134-1570 a.C.) se data
englobando la XI Dinastía, comienza propiamente con la reunificación del
territorio por Mentuhotep II (reinó en 2061-2010 a.C.). Los primeros
soberanos de la dinastía intentaron extender su control desde Tebas hacia
el norte y el sur a la vez, iniciando un proceso de reunificación que
Mentuhotep completó, después del 2047 a.C. Mentuhotep gobernó
durante más de 50 años, y a pesar de rebeliones esporádicas, mantuvo la
estabilidad y el control en todo el reino. Reemplazó algunos nomarcas y
limitó el poder de los nomos, que todavía era considerable. Tebas fue su
capital, y su templo funerario en Dayr al-Bahari incorporó elementos
tradicionales y religiosos; la tumba se separó del templo y no hubo pirámide. El reinado del primer faraón de la XII Dinastía,
Amenemes I, fue pacífico. Estableció una capital cerca de Menfis y, al
igual que Mentuhotep, frenó las pretensiones tebanas y favoreció la
unidad nacional. Sin embargo, al importante dios tebano Amón se le otorgó
más importancia que a otras divinidades. Amenemes exigió la lealtad de
los nomarcas, reorganizó la burocracia y formó un cuerpo de escribas y
administradores. La literatura fue predominantemente propagandística y
estaba diseñada para fortalecer la imagen del faraón como ‘buen
pastor’ más que como un dios inaccesible. Durante los últimos diez años
de su reinado, Amenemes reinó con su hijo como co-regente. La historia de
Sinuhé, una obra literaria escrita en el Imperio Nuevo, da a entender que
el rey fue asesinado. Los sucesores de Amenemes continuaron su programa. Su
hijo, Sesostris I (reinó entre 1962-1928 a.C.) erigió fortalezas
por toda Nubia y estableció relaciones comerciales con el extranjero.
Envió gobernadores a Palestina y Siria, y luchó contra los libios en el
oeste. Sesostris II, (reinó en 1895-1878 a.C.), comenzó el
saneamiento de la región de Fayum. Su sucesor, Sesostris III (reinó
entre 1878-1843 a.C.), construyó un canal en la primera catarata del
Nilo, formó un ejército permanente (que utilizó en su campaña contra
los nubios) y edificó nuevas fortalezas en la frontera meridional. Dividió
administrativamente Egipto en tres unidades geográficas, cada una
controlada por un oficial bajo la supervisión de un visir y no reconoció
a ninguno de los nobles provinciales. Amenemes III continuó la política
de sus predecesores y amplió la reforma sobre la propiedad de la tierra. Los reyes tebanos iniciaron un enérgico renacimiento
de la cultura. La arquitectura, el arte y joyería del periodo revelan una
extraordinaria delicadeza de diseño, y la época se considera la edad de
oro de la literatura egipcia. Segundo
periodo intermedio Los soberanos de la XIII Dinastía, aproximadamente
unos 50 en 120 años, fueron más débiles que sus predecesores, aunque
todavía mantuvieron el control de Nubia y la administración del gobierno
central. Sin embargo, durante la última parte de su reinado, su poder fue
puesto a prueba no sólo por la rival XIV Dinastía, que no obtuvo el
control sobre el delta, sino también por los hicsos, que invadieron
Egipto desde Asia occidental, instalándose en el norte de Egipto. Como el
gobierno central entró en un periodo de declive, su presencia hizo
posible una entrada masiva de población desde la costa fenicia y
Palestina, y el establecimiento de la dinastía hicsa, comenzando el
segundo periodo intermedio, una época de confusión que duró unos 214 años.
Los hicsos de la XV Dinastía reinaron desde su capital, situada en Avaris,
en la parte este del delta, lo que les permitía mantener el control sobre
las zonas media y alta del país. Contemporánea a la dinastía hicsa,
existió una XVI Dinastía, que reinó en la zona central de Egipto. Un
tercer poder coetáneo a los otros dos ejerció la autoridad de forma más
independiente sobre el sur, la XVII Dinastía tebana, que dominó el
territorio entre Elefantina y Abidos. El soberano tebano Kames (reinó en
1576-1570 a.C.) luchó con éxito contra los hicsos, pero fue su
hermano Amosis I quien los derrotó finalmente, reunificando de nuevo
Egipto. El Imperio Nuevo Con la unificación del territorio egipcio y la
fundación de la XVIII Dinastía por Amosis I, comenzó el Imperio Nuevo
(1570-1070 a.C.). Amosis restableció los límites, los objetivos y
la burocracia del Imperio Medio, y reactivó su programa de
aprovechamiento de la tierra. Mantuvo el equilibrio de poder entre los
nomarcas y él mismo con el apoyo del ejército. La importancia de la
mujer en el Imperio Nuevo se ilustró por los altos títulos y la
destacada posición de las esposas y madres de los faraones. Los
faraones de la XVIII Dinastía Una vez que Amenhotep I (reinó en 1551-1524 a.C.)
tuvo pleno control sobre su administración, fue co-regente durante cinco
años y comenzó a extender los límites de Egipto hacia Nubia y Palestina.
En una gran construcción en Karnak, Amenhotep, al igual que sus
predecesores, separó su tumba de su templo funerario e inició la
costumbre de ocultar su última morada. Tutmosis I continuó los avances
del Imperio Nuevo y reforzó la preeminencia del dios Amón; su tumba fue
la primera en construirse en el valle de los Reyes. Tutmosis II, hijo de
su última esposa, le sucedió, casándose con la princesa real Hatshepsut
para consolidar su pretensión al trono, manteniendo los éxitos de sus
predecesores. Cuando murió en el 1504 a.C., su heredero, Tutmosis
III, era todavía un niño, por lo que Hatshepsut gobernó como regente;
un año después coronó faraón a Tutmosis, y desde entonces madre e hijo
gobernaron conjuntamente. Cuando Tutmosis III se convirtió en el único
soberano tras la muerte de Hatshepsut en 1438 a.C., reconquistó
Siria y Palestina, que se habían separado con anterioridad, y continuó
la expansión territorial del Imperio; sus anales en el templo de Karnak
constituyen la crónica de la mayor parte de sus campañas. Casi 20 años
después de la muerte de Hatshepsut, ordenó la eliminación de su nombre
y sus imágenes de todos los edificios donde habían sido inscritos.
Amenofis II (reinó en 1453-1419 a.C.) y Tutmosis IV intentaron
mantener las conquistas en Asia a pesar de los intentos de expansión de
los reinos de Mitanni y de los hititas, aunque precisó entablar
negociaciones y usar la fuerza. Amenofis III gobernó de forma pacífica durante casi
cuatro décadas (1386-1349 a.C.) en las que florecieron el arte y la
arquitectura. Mantuvo el equilibrio de poder entre los estados limítrofes
con Egipto mediante la diplomacia y edificó el gran templo de Amón en
Luxor. Su hijo y sucesor, Amenofis IV, fue un reformador religioso que
combatió el poder de los sacerdotes de Amón. Amenofis IV abandonó Tebas
por una nueva capital, Ajtatón (la moderna Tell el-Amarna), que fue
construida en honor de Atón, el disco solar sobre el que se centró la
nueva religión monoteísta. Sin embargo, la revolución religiosa fue
abandonada al final de su reinado y su yerno, Tut Anj Amón, volvió a
instalar la capital en Tebas. Tut Anj Amón es conocido hoy, sobre todo,
por la suntuosidad de su tumba, encontrada prácticamente intacta en el
Valle de los Reyes por los arqueólogos británicos Howard Carter y George
Herbert, conde de Carnarvon en 1922. La XVIII Dinastía terminó con
Horemheb (reinó en 1321-1293 a.C.). El
Periodo Ramesida El fundador de la XIX Dinastía, Ramsés I (reinó en
1293-1291 a.C.) había servido durante el reinado de su predecesor
como visir y jefe del ejército. Gobernó sólo dos años y fue sucedido
por su hijo Seti I (reinó en 1291-1279 a.C.); dirigió campañas
militares contra Siria, Palestina, los libios y los hititas. Seti construyó
un santuario en Abidos; al igual que su padre, favoreció la capitalidad
del delta, instalando su centro cerca de Tanis. Le sucedió su hijo Ramsés
II que reinó durante 67 años. Fue responsable de la mayor parte de las
construcciones en Luxor y Karnak, al construir el Ramesseum (su templo
funerario en Tebas), los templos esculpidos en la roca en Abu Simbel y los
santuarios en Abidos y Menfis. Tras las campañas militares contra los
hititas, Ramsés hizo un tratado con ellos y se casó con una princesa
hitita. Su hijo Meneptah (reinó entre 1212-1202 a.C.) derrotó a los
denominados pueblos del mar, los invasores provenientes del mar Egeo que
asolaron el Próximo Oriente en el siglo XIII a.C., hechos narrados en un
texto esculpido en una estela donde figura la primera mención escrita
conocida del pueblo de Israel. Los posteriores soberanos tuvieron que
hacer frente a los levantamientos constantes de las poblaciones sometidas
por Egipto. Ramsés III fue el fundador de la XX Dinastía e hizo
grabar sus numerosas victorias militares en las paredes de su complejo
funerario en Madinat Habu, cerca de Tebas. Tras su muerte, el Imperio
Nuevo decayó a causa del creciente poder de los sacerdotes de Amón y del
ejército. Tercer
periodo intermedio El tercer periodo intermedio comprende desde la XXI
Dinastía hasta la XXIV. Los faraones que gobernaron desde Tanis, en el
norte, rivalizaron con los sumos sacerdotes de Tebas, con los que parecían
estar relacionados. Los soberanos de la XXI Dinastía puede que hayan
tenido antepasados libios, porque fueron jefes libios quienes dieron
origen a la XXII Dinastía. Cuando los gobernadores libios entraron en un
periodo de decadencia, varios rivales se alzaron en armas para conquistar
el poder. De hecho, las XXIII y XXIV Dinastías reinaron al mismo tiempo
que la XXII, al igual que la XXV (cusita), la cual controló de forma
efectiva la mayor parte de Egipto cuando aún gobernaban la XX y XXIV
Dinastías, al final de su mandato. Baja
Época Los faraones incluidos desde la XXV hasta la XXXI
Dinastías gobernaron Egipto durante lo que se conoce como Baja Época.
Los cusitas gobernaron desde el 767 a.C. hasta que fueron derrotados
por los asirios en el 671 a.C. Se restablecieron los soberanos
egipcios a comienzos de la XXVI Dinastía por Psamético I. El resurgir de
nuevos logros culturales, reminiscencia de épocas anteriores, alcanzó su
plenitud con la XXVI Dinastía. Cuando el último faraón egipcio fue
derrotado por Cambises II en el 525 a.C., el país cayó bajo dominio
persa durante la XXVII Dinastía. Egipto reafirmó su independencia con
las XXVIII y XXIX Dinastías, pero la XXX Dinastía fue la última de
soberanos egipcios. La XXXI Dinastía, que no se menciona en la cronología
de Manetón, representó el periodo de la segunda dominación persa. Periodos helenístico y romano La ocupación de Egipto por las tropas de Alejandro
Magno en el 332 a.C. supuso el fin del dominio persa. Alejandro
designó al general macedonio Tolomeo, conocido después como Tolomeo I Sóter,
para gobernar el país. Aunque se nombraron también dos gobernadores
egipcios, el poder estuvo en manos de Tolomeo, quien en pocos años se
hizo con el control absoluto del país. La
dinastía de los Tolomeos La mayor parte de este periodo estuvo caracterizada
por las rivalidades con otros generales, que se habían adueñado de las
distintas partes del imperio de Alejandro Magno tras su muerte en el 323 a.C.
En el 305 a.C. asumió el título real y fundó la dinastía de los
Tolomeos. El Egipto Tolemaico fue una de las mayores potencias del mundo
helenístico, y en varias ocasiones extendió su dominio sobre zonas de
Siria, Asia Menor, Chipre, Libia, Fenicia y otros territorios. Debido en parte a que los gobernantes egipcios desempeñaron
un papel reducido en los asuntos de Estado durante el periodo de los
Tolomeos, con frecuencia estallaron revueltas como manifestación del
desacuerdo de la población, que fueron rápidamente aplastadas. En el
reinado de Tolomeo VI Filométor, Egipto se convirtió en un protectorado
dependiente de Antíoco IV de Siria, que invadió con éxito el país en
el 169 a.C. Los romanos forzaron a Antíoco a entregarles el país,
el cual quedó dividido entre Tolomeo VI Filométor y su hermano menor,
Tolomeo VII, que obtuvo el control completo del país a la muerte de su
hermano en el 145 a.C. Los siguientes representantes de la dinastía
preservaron la riqueza y la situación de Egipto, pero perdiendo
continuamente territorio a favor de Roma. Cleopatra VII fue la última
gran soberana de la dinastía de los Tolomeos. En un intento para mantener
el poder de Egipto se alió con Cayo Julio César y, más tarde, con Marco
Antonio, pero estas acciones sólo aplazaron el final del poder egipcio.
Después de que sus tropas fueran derrotadas por las legiones romanas
mandadas por Octavio (después emperador Cayo Julio César Octavio Augusto),
Cleopatra se suicidó (año 30 a.C.). Imperio
romano y bizantino Durante los siete siglos siguientes a la muerte de
Cleopatra, el Imperio de Roma controló Egipto (a excepción de un periodo
breve en el siglo III d.C., en el cual el poder fue ejercido por la reina
Septimia Zenobia de Palmira). Egipto desempeñó un papel fundamental en
el suministro de cereales que Roma necesitaba para alimentar a su cada vez
más creciente población. El Egipto romano fue gobernado por un prefecto,
cuyas obligaciones militares y judiciales eran similares a las de los
faraones. Sin embargo, a causa del inmenso poder acumulado por los
prefectos, sus funciones fueron con el tiempo divididas por el emperador
bizantino Justiniano I, que en el siglo VI d.C. puso el ejército al mando
de un comandante. La población de Egipto se había helenizado bajo los
Tolomeos, y comprendía grandes minorías de griegos y judíos, así como
otros pueblos de Asia Menor. La lengua copta comenzó a desarrollarse
independiente de la egipcia en esta época, bajo la influencia griega y de
otras lenguas semíticas. La mezcla de las culturas no supuso una sociedad
homogénea, y eran frecuentes los enfrentamientos entre los distintos
grupos. Sin embargo, en el 212 d.C., el emperador Caracalla otorgó
la ciudadanía a toda la población en el Imperio romano. Alejandría, la ciudad portuaria a orillas del mar
Mediterráneo fundada por Alejandro Magno, siguió siendo la capital del
mismo modo que había sido bajo los Tolomeos. Convertida en una de las
grandes metrópolis del Imperio romano, fue un próspero centro comercial
entre India, la península Arábiga y los países del Mediterráneo. Fue
la sede de la gran Biblioteca y Museo de Alejandría y tuvo una población
de unos 300.000 habitantes (sin contar a los esclavos). Egipto se convirtió en un pilar económico del
Imperio romano, no sólo a causa de su producción de cereales, sino también
por sus vidrios, metales y otros productos manufacturados. Además,
aglutinó el comercio de especias, perfumes, piedras preciosas y metales
procedentes de los puertos del mar Rojo. Con la finalidad de controlar la población y limitar
el poder de los sacerdotes, los emperadores romanos protegieron la religión
tradicional, terminaron o embellecieron los templos comenzados bajo los
Tolomeos e inscribieron sus propios nombres en ellos siguiendo las
costumbres faraónicas en Isna, Kawn Umbu, Dandarah y Philae. Los cultos
egipcios a Isis y Serapis se extendieron por todo el mundo grecorromano.
Egipto fue también un centro importante del primer cristianismo, a través
de la vida monástica. La Iglesia copta, que se adhirió al monofisismo,
se separó de la corriente principal del cristianismo en el siglo V. Durante el siglo VII, el poder del Imperio bizantino
fue desafiado por la dinastía de los sasánidas de Persia, que invadió
Egipto en el 616. Fueron expulsados de nuevo en el 628, pero poco después,
en el 642, el país cayó bajo el dominio de los árabes, que trajeron una
nueva religión, el islam, e inauguraron un nuevo capítulo de la historia
egipcia. Egipto bajo el califato Irritados por la intolerancia religiosa y los
excesivos impuestos a que les sometía el Imperio bizantino, los egipcios
coptos ofrecieron poca resistencia a los conquistadores árabes. El
califato, en cambio, sólo imponía a los pueblos conquistados el pago de
una capitación (jizyah) pero
respetaba las prácticas religiosas, las vidas y la propiedad de los
coptos. Además de este impuesto, la población masculina (estimada entre
seis y ocho millones) pagaba el kharaj,
un impuesto sobre la propiedad agrícola. Gobierno
local Los árabes no realizaron cambios en la administración
y adoptaron el sistema descentralizado bizantino basado en la existencia
de gobernadores provinciales dependientes del gobernador jefe, residente
en la capital, Alejandría. Sin embargo, trasladaron la capital a Fustat,
unos pocos kilómetros al sur de lo que hoy es El Cairo. Durante los siguientes dos siglos, Egipto estuvo
regida por los gobernadores designados por el califa, máxima autoridad de
la comunidad musulmana. La inmigración de las tribus árabes y la
sustitución de la lengua copta por el árabe en todos los documentos públicos
comenzó un lento proceso de arabización que con el tiempo produjo el
cambio de un país cristiano de habla copta a otro musulmán y de habla árabe.
La lengua copta se convirtió en una lengua litúrgica. Lucha
interna Durante el califato Abasí, los gobernadores se elegían
por breves periodos. Estallaron frecuentes insurrecciones por todo el país
provocadas por las diferencias entre suníes, o mayoría ortodoxa, y la
minoría que se adhirió a los shiíes. En varias ocasiones los coptos
también se rebelaron para protestar por los excesivos impuestos, pero
tales levantamientos fueron reprimidos y perseguidos por las autoridades.
Las condiciones internas empeoraron a finales del siglo VIII cuando un
nuevo grupo de inmigrantes procedentes de al-Andalus se aliaron con una
tribu árabe y tomaron Alejandría, permaneciendo en el poder hasta que un
ejército llegó procedente de Bagdad y los expulsó a Creta. Las
insurrecciones continuaron hasta estallar entre los mismos árabes, que
incluso derrotaron a un gobernador. Las rebeliones coptas continuaron
hasta que el califa Abdullah al-Mamun envió un ejército para acabar con
ellas en el 832. Este fue un periodo de arbitrariedad gubernamental, sólo
mitigada por la figura del qadi,
magistrado musulmán que mantenía la sharia
(ley islámica) frente al abuso de poder y ayudaba a mitigar la acción de
los gobernadores. A pesar del predominio de la población rural,
florecieron los centros de intercambio comercial y Fustat creció hasta
convertirse en un importante núcleo comercial. Las dinastías sucesoras autónomas A partir del 856, Egipto se concedió como un iqta
(una forma de feudo) a la oligarquía militar turca que dominó el
califato de Bagdad. En el 868, Ahmad ibn Tulun, un turco de 33 años, fue
enviado al país como gobernador. Hombre de talento y educación, Tulun
gobernó de forma prudente y adecuada, pero también transformó a Egipto
en una provincia autónoma, vinculada con los Abasíes sólo por el pago
anual de un pequeño tributo. Tulun levantó una nueva ciudad, El-Qatai,
al norte de Fustat. Bajo su gobierno benevolente, Egipto conoció una época
de prosperidad y expansión llegando incluso a anexionarse Siria. La
dinastía de Tulun (los tuluníes) gobernaron durante 37 años un imperio
que englobaba Egipto, Palestina y Siria. El
califato Fatimí Después del último gobierno de los tuliníes, el país
cayó en un estado de anarquía. Sus débiles condiciones lo hicieron
presa fácil para los fatimíes, que en el 909, al rechazar la autoridad
de los Abasíes, habían proclamado su propio califato en Túnez y a
mediados del siglo X controlaban la mayor parte del norte de África. En
el 969 invadieron y conquistaron Egipto, y a continuación fundaron una
nueva ciudad, El Cairo, al norte de Fustat, que se convirtió en la
capital de su imperio. No obstante, Fustat quedó como el centro comercial
del país bajo los fatimíes. Constituyó un impresionante centro urbano
con un excelente alcantarillado subterráneo. Egipto disfrutó entonces de
un periodo de tranquilidad y prosperidad. Los fatimíes, aunque seguidores de la doctrina Shií,
convivieron pacíficamente con la población mayoritariamente suní.
Fundaron la primera universidad del mundo, al-Azhar, y El Cairo se
convirtió en un gran centro intelectual. El
sultanato de los ayyubíes La estabilidad desapareció con los últimos
gobernadores fatimíes, que no pudieron controlar sus regimientos
indisciplinados de soldados bereberes y sudaneses. Una bajada en el curso
del Nilo causó graves hambrunas en 1065. Además, aparecieron nuevos
peligros con la primera Cruzada, que procedente de Europa occidental
estableció el control cristiano sobre Siria y Palestina a finales de la
última década del siglo XI. Los califas fatimíes, rehenes de sus
generales, llamaron a Nur al-Din de Alepo, que envió un ejército para
ayudarles contra los cruzados en 1168. Saladino I, uno de los generales de
Nur al-Din, se instaló como visir. En 1171 abolió el califato fatimí,
instauró la dinastía ayyubí y restauró el dominio suní en Egipto.
Saladino I reconquistó la mayor parte de Siria y Palestina a los cruzados
y se convirtió en el gobernador más poderoso de Oriente Próximo en su
época. Su sobrino, el sultán al-Kamil (reinó en 1218-1238) logró
defender con éxito a Egipto del ataque cristiano entre los años 1218 y
1221, pero tras su muerte, el poder de los ayyubíes decreció. La novena
Cruzada, dirigida por el monarca francés Luis IX el Santo, fue rechazada
en 1249, con la ayuda de los mamelucos, tropas formadas por esclavos al
servicio de los ayyubíes. Al año siguiente los mamelucos derrocaron a
los ayyubíes y establecieron su propia dinastía. Las
dinastías mamelucas Los integrantes de la primera dinastía de mamelucos
mantuvieron el poder como sultanes de Egipto hasta 1382. La sucesión
hereditaria tenía poco arraigo y el trono fue usurpado por los emires más
poderosos. Muchos de ellos fueron gobernantes destacados, como Baybars I
que detuvo el avance del pueblo mongol en Siria y Egipto en 1260. Otras
dos invasiones fueron rechazadas por los mamelucos, quienes también
expulsaron a los cruzados de la región y tomaron Acre, su última plaza
fuerte en Palestina, en 1291. A finales del siglo XIII y comienzos del
siglo XIV, el territorio de los mamelucos se extendía hacia el norte
hasta los límites de Asia Menor. El periodo mameluco fue una época de extraordinaria
brillantez en las artes. También supuso un periodo de expansión
comercial; los comerciantes de especias de Egipto, los karimí,
disputaron con los emires en el patronazgo de las artes. Después de la muerte del último gran sultán
mameluco en 1341, Egipto inició una etapa de decadencia. Sus
descendientes fueron meros testaferros que dejaron el poder real en manos
de los emires. En 1348, la peste negra asoló el territorio y redujo
considerablemente la población. La segunda dinastía de sultanes mamelucos, los buryíes,
eran de origen circasiano y gobernó desde 1382 hasta 1517. La mayor parte
de los gobernadores buryíes ejercieron poca autoridad; su dinastía
estuvo marcada por las continuas disputas de poder entre la elite
mameluca. En plena rebelión y contienda civil, los mamelucos mantuvieron
la posesión de Egipto y Siria gracias a su habilidad para rechazar las
invasiones exteriores. Sin embargo en 1517 el sultán Selim I invade
Egipto, que quedó integrado dentro del Imperio otomano. Dominio otomano Aunque el dominio real de los turcos otomanos sobre
Egipto duró sólo hasta el final del siglo XVII, el país formó
nominalmente parte del Imperio otomano hasta 1915. En vez de acabar con
los mamelucos, los otomanos los utilizaron en su administración;
establecieron un gobernador y desplegaron seis ocaks
(regimientos) en Egipto como guarnición. Los miembros de los ocaks representaron un importante papel en la vida económica y política
del país. Las áreas rurales fueron consideradas posesiones de la corona
y se dividieron en parcelas denominadas iqta, cuyos beneficios revertían en la clase dirigente otomana. Resurgimiento
de los mamelucos La tendencia inflacionista que caracterizó el siglo
XVI europeo dejó sentir sus repercusiones también en Egipto. La subida
de precios desembocó en rivalidades entre los ocaks
lo que debilitó su poder y los mamelucos fueron mejorando su situación.
Hacia mitad del siglo XVII los emires mamelucos, o beys, habían
restablecido su supremacía. Se eliminaron los impuestos sobre la tierra
pero los gremios urbanos, que eran estrechos aliados de los ocaks
turcos, tenían unos impuestos muy altos como una forma de disminuir la
influencia otomana y de incrementar los ingresos. Los otomanos aceptaron
el sistema siempre y cuando el tributo se pagara a tiempo. El periodo entre el siglo XVI y mediados del XVIII fue
una época de prosperidad comercial, cuando Egipto, al estar situada en el
cruce de varias rutas comerciales, actuó como intermediario en las
transacciones de café, tejidos y especias. El gobernador otomano rápidamente se convirtió en un
poder meramente nominal, tras la creciente influencia de los regimientos,
que mantenían el poder militar, y después de los mamelucos, que llegaron
a controlar los ocaks. Los beys
elevaron los impuestos para financiar sus expediciones militares a Siria y
la península Arábiga. Aunque derrotados por los otomanos en Siria, los
mamelucos dominaron Egipto hasta 1798. Los últimos 30 años del siglo
XVIII estuvieron marcados por plagas y hambrunas, que diezmaron la población
hasta que sólo alcanzó cuatro millones de habitantes. La
época de Mehmet Alí La ocupación francesa de Egipto en 1798, llevada a
cabo por Napoleón I Bonaparte, supuso un breve paréntesis en la hegemonía
mameluca, pues los franceses nunca adquirieron un dominio o control pleno
del territorio y las regiones productoras de cereales del Alto Egipto
permanecieron siempre en manos de los mamelucos. La invasión de Napoleón
fue demasiado corta como para dejar sentir efectos, pero marcó el
principio de un renovado interés europeo en Egipto. En 1801, una fuerza
británico-otomana expulsó a los franceses. En los años siguientes, las
luchas entre los mamelucos y los otomanos por el dominio arruinó el país
hasta que Mehmet Alí, general otomano de origen albanés, tomó el poder
con la cooperación de la población local. En 1805, el sultán otomano le
proclamó gobernador de Egipto. Mehmet Alí destruyó a todos sus oponentes hasta que
consiguió ser la única autoridad en el país. Para poder controlar todas
las rutas comerciales de Egipto, emprendió una serie de guerras
expansionistas; primero conquistó al-Hijaz (hoy en Arabia Saudí) en
1819, y Sudán entre 1820 y 1822; hacia 1824 estaba listo para ayudar al
sultán otomano a reprimir una insurrección en Grecia. Las potencias
europeas, sin embargo, intervinieron para detener los avances egipcios en
Grecia, y Mehmet Alí se vio forzado a retirar a su ejército. En el interior, Mehmet Alí fomentó la producción de
algodón para suministrar a las fábricas textiles europeas, lo que generó
unos beneficios que sirvieron para financiar los proyectos industriales.
Estableció un monopolio sobre todas las mercancías e impuso barreras
comerciales a la industria alimenticia. Envió a egipcios al extranjero
para su formación técnica y contrató expertos europeos para formar a su
ejército y crear industrias manufactureras (las cuales, sin embargo,
nunca tuvieron el éxito que se esperaba de ellas). En 1813, Mehmet Alí y su hijo, Ibrahim Bajá
invadieron Siria, por lo que entraron en conflicto con el Imperio otomano.
Los egipcios derrotaron a las tropas turcas, y hacia 1833, amenazaron su
capital, Estambul. De nuevo Rusia, Gran Bretaña y Francia intervinieron,
esta vez para proteger al sultán. Las tropas de Mehmet Alí se retiraron,
pero Egipto conservó el control de Siria y Creta. La expansión egipcia y el control sobre las rutas
comerciales chocaron con el creciente interés británico en Próximo
Oriente como potencial mercado para su creciente producción industrial.
La amenaza a la integridad del Imperio otomano también preocupó a los
británicos, porque podía suponer la intrusión rusa en el Mediterráneo
amenazando las rutas hacia la India. Por estas razones los británicos se
opusieron a la expansión de Egipto, y cuando Mehmet Alí se rebeló de
nuevo contra el sultán en 1839, intervinieron por tercera vez. Se le
ofreció Egipto en calidad de posesión hereditaria a cambio de cesar su
política expansionista y permanecer como vasallo otomano. Bancarrota
y control extranjero Tras la muerte de Mehmet Alí en 1849, Egipto estuvo
cada vez más sometida a la influencia de Europa. Su cuarto hijo, Said Bajá,
trató de modernizar el país, pero dejó una enorme deuda cuando murió.
Su sucesor, Ismail Bajá, incrementó la deuda nacional al pedir un préstamo
desmesurado a los banqueros europeos para impulsar el desarrollo del país
y sufragar la construcción del canal de Suez, que se inauguró en 1869.
Estos gobernantes llevaron al país a la bancarrota, que finalmente supuso
la cesión del poder efectivo a sus acreedores británicos y franceses. En
1876, una comisión franco-británica se hizo cargo de las finanzas
egipcias y, en 1879, el sultán destituyó a Ismail en favor de su hijo
Tawfiq Bajá. Los oficiales del ejército, indignados por la debilidad del
gobierno, dirigieron una rebelión para poner fin al dominio extranjero.
Tawfiq solicitó ayuda a los británicos, que ocuparon Egipto en 1882. Egipto bajo el dominio británico El interés de Gran Bretaña en Egipto se centraba en
el canal de Suez, que facilitaba la ruta británica hacia la India. Las
promesas relativas a la retirada del país, una vez que se restableció el
orden, se anularon, por lo que el ejército británico ocupó Egipto hasta
1954. Aunque Tawfiq continuó en el trono como un príncipe administrador,
el cónsul británico era el auténtico gobernador del país. El primer y
más destacado cónsul general fue Evelyn Baring, conde de Cromer. El movimiento nacionalista dirigido por Mustafá
Kamil, abogado formado en Europa, fue respaldado por el sucesor de Tawfiq,
Abbas Hilmi II, a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Kamil hizo
campaña en favor del autogobierno y el final de la ocupación británica. Durante este periodo, la agricultura estuvo tan
completamente dominada por el cultivo del algodón, para suministrar dicho
producto a las fábricas textiles de Lancashire (Gran Bretaña), que los
cereales para alimentar a la población egipcia tenían que ser
importados. Se realizaron proyectos de regadío para incrementar la
superficie cultivable y, finalmente, se pagó la deuda contraída con Gran
Bretaña. La ocupación fue admitida internacionalmente cuando,
en 1904, Francia reconoció los derechos británicos en el país a cambio
de que éstos reconocieran los suyos en Marruecos. El
periodo del protectorado El estallido de la I Guerra Mundial en 1914 limitó
las actividades nacionalistas. Cuando Turquía entró en la guerra del
lado de Alemania, Gran Bretaña declaró a Egipto como protectorado y
destituyó a Abbas Hilmi II en favor de su tío, Husayn Kamal, a quien se
le concedió el título de sultán. Los vínculos nominales entre Egipto y
Turquía se rompieron, por lo que Gran Bretaña prometió a Egipto algunos
cambios tendentes al autogobierno cuando terminara la guerra. Los años de guerra originaron grandes dificultades
para los campesinos egipcios. Los fellahin,
fueron reclutados para cavar zanjas y sus ganados fueron confiscados por
el Ejército. La inflación se aceleró y todos estos factores fueron
responsables del creciente resentimiento contra los británicos, que
desembocaron en 1918 en un estallido de violenta agitación al término
del conflicto. La
monarquía nominal Acabada la guerra, se esperaba el cumplimiento de las
promesas de autodeterminación. En 1918, se originó un nuevo movimiento
nacionalista, en torno al partido Wafd,
a fin de garantizar la independencia del país. Las esperanzas se
desvanecieron cuando Gran Bretaña rechazó considerar las peticiones
egipcias y Zaglul Bajá, el dirigente del Wafd, fue exiliado. Estalló una
revuelta violenta en el país, y Gran Bretaña se vio forzada a
reconsiderar su decisión. Zaglul fue puesto en libertad, pero los británicos
soslayaron sus esfuerzos para participar en la Conferencia de Paz de París.
La violencia continuó hasta 1922, cuando Gran Bretaña suprimió el
protectorado y proclamó unilateralmente a Egipto como monarquía
independiente en manos del sucesor de Husayn, que se convirtió en el rey
Fuad I. Sin embargo, los británicos se reservaron el derecho para
intervenir en los asuntos egipcios si sus intereses eran amenazados, por
lo que Egipto no logró una independencia real, ya que permitía a los
británicos mantener un control constante sobre el país. La nueva Constitución de 1924 establecía un sistema
parlamentario bicameral que, bajo influencia de los británicos y de Fuad,
daba al último el derecho para nombrar al primer ministro y suspender las
actividades del Parlamento. El resultado fue una lucha tripartita por el
dominio de Egipto que implicaba al rey, al embajador británico y al Wafd,
que era el único partido de población rural. Los sucesivos gobiernos
fracasaron en su intento de lograr concesiones de los británicos. En
1936, bajo la presión originada por la invasión italiana de Etiopía, se
firmó finalmente un tratado anglo-egipcio, si bien continuó la ocupación
británica de Egipto y su injerencia en los asuntos internos del país. El
golpe de 1952 La II Guerra Mundial suspendió la negociación
política y provocó inflación, disensiones entre los partidos y la
desilusión con el Wafd. Se desarrollaron organizaciones religiosas
islamistas, como los Hermanos Musulmanes y algunos grupos comunistas. En 1948, Egipto y otra serie de estados árabes
entraron en guerra con el recién creado Estado de Israel. La
responsabilidad de la derrota bélica recayó sobre el gobierno y el ejército
se volvió contra el rey Faruk I, hijo de Fuad, que no mostraba dotes para
la tarea de gobierno y evidenciaba una notoria despreocupación por el
bienestar y la moralidad pública. En 1952, un grupo de oficiales llevó a
cabo un golpe de Estado que derrocó al rey. En 1953, se proclamó la República
de Egipto. La era republicana El primer presidente de la República, el general
Muhammad Naguib, fue una figura nominal, pues el poder fue ejercido
realmente por Gamal Abdel Nasser, presidente del Consejo del Mando de la
Revolución, integrado por oficiales que habían tramado la conspiración.
En abril de 1954 Nasser se convirtió en primer ministro; en noviembre de
ese año, Naguib fue destituido y Nasser asumió la autoridad ejecutiva.
En julio de 1956 fue elegido oficialmente presidente de la República. El
Egipto de Nasser Al principio, Nasser siguió una política de
acercamiento a Occidente y negoció con éxito la salida de las fuerzas
británicas de Egipto en 1954. Pronto evolucionó a una política de
neutralidad y solidaridad con otras naciones africanas y asiáticas del
Tercer Mundo y se convirtió en el máximo defensor de la unidad árabe. La
crisis del canal de Suez La negativa de los países occidentales a proporcionar
armamento a Egipto (que probablemente utilizaría contra Israel) provocó
un giro en la política exterior de Nasser, que le acercó al bloque de
los países del Este. Como represalia, el Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo denegó a Egipto la concesión de un préstamo
para financiar el proyecto de la presa de Asuán. Nasser respondió
nacionalizando el canal de Suez y trató de utilizar sus ingresos para
financiar la construcción del embalse. Irritados por esta decisión, Gran
Bretaña y Francia (los principales accionistas en el canal) se unieron a
Israel en un ataque a Egipto en 1956. La presión de Estados Unidos y la
Unión Soviética forzó a los tres países a abandonar el territorio
egipcio, por lo que las fuerzas de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) fueron desplegadas entre Egipto e Israel. Con la intención de proseguir el sueño de la unidad
árabe, Nasser en 1958 favoreció la unión de Egipto y Siria con el
nombre de República Árabe Unida. Aunque sólo duró tres años, pues los
sirios se rebelaron y reafirmaron su independencia, Egipto mantuvo el
nombre de República Árabe Unida durante varios años. Socialismo
árabe Por lo que respecta a la política interior, el régimen
de Nasser suprimió la oposición política y estableció un régimen
unipartidista para reformar la vida política. Una serie de decretos
limitaron la propiedad de la tierra y disminuyeron el poder de los grupos
terratenientes. En 1961 el capital extranjero invertido en el país se
nacionalizó, al igual que las infraestructuras públicas y las industrias
locales, que pasaron a formar parte del sector público. Este nuevo orden,
que Nasser denominó socialismo árabe, pretendía una mayor igualdad
social y el crecimiento económico. En 1962, se redactó una Constitución
y el partido oficial Unión Nacional pasó a denominarse Unión Socialista
Árabe; las mujeres formaron parte del cuerpo electoral. Se eligió la
primera mujer miembro del Consejo de Ministros. Guerras
de la década de 1960 En 1962, Egipto intervino en la guerra civil de Yemen,
al respaldar a los republicanos en el enfrentamiento contra las fuerzas
monárquicas. En 1967, Nasser, al continuar la lucha contra Israel, cerró
los estrechos de Tirán a los barcos israelíes y solicitó que las
fuerzas de la ONU fueran retiradas de la frontera. Los israelíes, al
creer que Nasser estaba preparando la guerra, atacaron primero y
destruyeron los aeródromos y las posiciones egipcias en el Sinaí,
avanzando sus tropas hasta alcanzar la margen derecha del canal de Suez.
Esta guerra de los Seis Días dejó a Israel en posesión de toda la península
de Sinaí. Cuando las negociaciones parecían no conducir a ningún
resultado, Nasser recurrió a la Unión Soviética, que rearmó a Egipto a
cambio de una base naval en su territorio. Nasser murió en 1971. El problema sucesorio se
solucionó cuando fue elegido su vicepresidente, Anwar al-Sadat,
colaborador durante largo tiempo de Nasser. El
régimen de Sadat Los grupos políticos de la oposición eligieron a
Sadat como candidato de compromiso, suponiendo que podía ser fácil de
manipular. Sin embargo, el nuevo presidente les burló y con el apoyo del
ejército, mandó arrestar a los disidentes, puso en libertad a los presos
políticos encarcelados por Nasser y proclamó un régimen de liberalización
económica y política, en especial para la prensa, que Nasser había
controlado estrictamente. La
guerra del Yom Kipur Las escaramuzas entre Egipto e Israel habían
continuado desde 1969, y esta guerra de desgaste causó muchas bajas entre
las fuerzas militares egipcias. Sadat intentó encontrar una salida
mediante la negociación; fracasada ésta, planeó en secreto otro ataque
contra Israel. Primero restableció sus vínculos con los estados árabes,
sobre todo con Arabia Saudí, que financió la compra de armas a la Unión
Soviética. Entonces, el 6 de octubre de 1973, el día sagrado del Yom
Kipur y durante el mes santo del Ramadán musulmán, Egipto lanzó un
ataque aéreo y terrestre a través del canal de Suez que supuso el inicio
de la guerra del Yom Kipur, que sólo finalizó por la intervención de
fuerzas de la ONU. Acercamiento
con Israel Aunque Egipto no ganó la guerra, desestabilizó las
fronteras establecidas en 1967 y, ayudado por la trayectoria diplomática
del secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, recuperó el
control del canal de Suez. Al haber elevado la moral egipcia, Sadat se
preparó para la ronda de negociaciones. En 1974 y 1975, Egipto e Israel
concluyeron una serie nueva de acuerdos gracias a la mediación de
Kissinger que proporcionaron la retirada de las tropas del frente del Sinaí.
En junio de 1975, Egipto reabrió el canal de Suez, permitiendo el paso a
los barcos que transportaban mercancías israelíes. Israel se retiró de
ciertos puntos estratégicos y de algunos de los campos petroleros del
Sinaí. Mientras tanto, la situación económica de Egipto
empeoró progresivamente; a comienzos de 1976, la deuda del país se
estimaba en 4.000 millones de dólares. Al año siguiente, de forma
inesperada, Sadat solicitó a los asesores militares soviéticos que
abandonaran el país y se acercó a Estados Unidos, al considerarlo un
elemento clave de la paz en Próximo Oriente. Incluso más
sorprendentemente, el 19 de noviembre de 1977, Sadat viajó a Israel y dio
una alocución al Kneset (Parlamento israelí) con una oferta de paz. Esta
actitud fue seguida por amplias negociaciones auspiciadas por Estados
Unidos. En una conferencia tripartita con el presidente estadounidense
Jimmy Carter en Camp David (Maryland), en septiembre de 1978, Sadat y el
primer ministro israelí Menajem Beguin firmaron un acuerdo marco para la
resolución del conflicto egipcio-israelí. El 26 de marzo de 1979, se
firmó en la ciudad de Washington, un tratado de paz entre los dos
estados, basado en los acuerdos de Camp David. El
asesinato de Sadat El resto del mundo árabe denunció a Egipto por
firmar una paz separada con Israel, y numerosos dirigentes árabes
tildaron a Sadat de traidor a la causa árabe. Egipto fue incluso
expulsado de la Liga Árabe en 1979, por lo que la sede de la Liga se
trasladó de El Cairo a Túnez. En el interior del país, las protestas contra el
tratado de paz surgieron de grupos de fundamentalistas islámicos, lo que
provocó una dura represión por parte de Sadat. En tal ambiente, fue
asesinado por fundamentalistas religiosos miembros del Ejército, el 6 de
octubre de 1981, durante una parada militar que conmemoraba la guerra del
Yom Kipur. Egipto
bajo Mubarak El vicepresidente Hosni Mubarak sucedió a Sadat.
Mientras se adhería a los acuerdos de Camp David, Mubarak procuró
aplicar la liberalización política dentro de Egipto así como mejorar
las relaciones con otros Estados árabes. Israel finalizó su retirada del
Sinaí el 25 de abril de 1982. En enero de 1984, Egipto aceptó una
invitación a reincorporarse como miembro número cuadragésimo segundo a
la Conferencia Islámica. En abril de ese mismo año, en las primeras
elecciones generales celebradas en Egipto bajo la presidencia de Mubarak,
el Partido Nacional Democrático del gobierno consiguió el 87% de los
votos. Tras un referéndum nacional celebrado en febrero de 1987, autorizó
la disolución de la Asamblea Popular, celebrándose nuevas elecciones en
abril del mismo año. Aunque el Partido Nacional Democrático obtuvo 338
escaños de los 448, los Hermanos Musulmanes consiguieron un fuerte
incremento. El presidente Mubarak resultó reelegido en referéndum en
octubre de 1987. En 1989 fue readmitido en el seno de la Liga Árabe.
Después de que Egipto formara parte de la coalición que se enfrentó a
Irak en la guerra del Golfo Pérsico de 1991, la mitad de sus 20.200
millones dólares de deuda fue condonada por los países aliados, y el
resto fue renegociado. En 1992, los islamistas empezaron a lanzar violentos
ataque contra funcionarios gubernamentales, coptos, turistas, mujeres que
no se cubrían el rostro con velo y otros sectores en una campaña para
sustituir el gobierno de Mubarak por otro basado en el estricto
cumplimiento de la ley islámica. Como consecuencia de estos ataques, los
ingresos procedentes del turismo cayeron un 42% entre 1992 y 1993. El
gobierno tomó medidas enérgicas contra los militantes fundamentalistas,
llegando a ejecutar a 29 de ellos en 1993. En octubre de 1993, Mubarak ganó
un referéndum por el que fue reelegido para un tercer mandato
presidencial. En 1994, continuó la violencia por parte de los militantes
islámicos que intensificaron los atentados contra turistas y extranjeros,
llegando a apuñalar al premio Nobel Naguib Mahfuz. El 26 de junio de
1995, Mubarak escapó a un atentado, al parecer efectuado por islamistas
egipcios, mientras visitaba Addis Abeba (Etiopía). Más tarde criticó a
Sudán por dar refugio a sus atacantes, país con el que sus relaciones
han ido empeorando al considerarle el centro de las actividades de los
fundamentalistas, que durante 1996 continuaron afectando al sector turístico,
con el consiguiente descenso en el ingreso de divisas. Durante los meses de noviembre y diciembre de 1995 se
celebraron elecciones legislativas, que nuevamente se desarrollaron en un
ambiente de disturbios, protagonizados por las fuerzas del orden y los
islamistas, que se saldaron con más de 50 muertos. Todos estos
acontecimientos acaecidos en los últimos años contribuyeron al
endurecimiento del régimen frente a los integristas islámicos y a la
convocatoria de una cumbre antiterrorista, en marzo de 1996. En junio de
este mismo año, el primer ministro Sdiqi fue sustituido en el cargo por
Kamal al-Ganduri, ex ministro de Planificación. También en junio tuvo
lugar la cumbre árabe de El Cairo, que congregó a los principales
dirigentes de todos los países árabes, a excepción de Irak, y en la que
se puso de manifiesto el compromiso de iniciar un proceso de paz en la
región. |