China |
La dinastía Manchú o Qing (1644-1912)
Bajo la dinastía Qing, los manchúes siguieron
absorbiendo la cultura de China. Su organización política se basaba en
la de los Ming, aunque estaba más centralizada; el máximo organismo
administrativo fue una nueva institución, el Gran Consejo, que tramitaba
los asuntos militares y políticos del Estado bajo la supervisión directa
del emperador. Los funcionarios (burócratas) principales en la capital
tenían tanto un jefe chino como manchú. Desaparecieron tanto la
burocracia tradicional como los exámenes para funcionarios públicos, que
eran elegidos por su conocimiento del confucianismo. Hacia finales del siglo XVII, los Qing habían
eliminado toda la oposición Ming y sofocado una rebelión encabezada por
generales chinos, quienes en principio habían ayudado a los manchúes y a
los que se habían otorgado dominios semiautónomos en el sur. A mediados
del siglo XVIII, durante el reinado del emperador Qianlong, la dinastía
Qing llegó al apogeo de su poder. Manchuria, Mongolia, Xinjiang y el
Tíbet se encontraban bajo el control Qing, hasta Nepal notó la
influencia china; Birmania enviaba periódicamente tributos a la corte
Qing, al igual que las islas Ryukyu; Corea y Vietnam del Norte
reconocieron ambos la soberanía china y Taiwan fue anexionada. El orden interno que los manchúes implantaron hizo
del siglo XVIII un periodo de paz y prosperidad sin precedentes en China;
la población se duplicó, pero la producción fue incapaz de expandirse
al mismo ritmo. Hacia finales del siglo XVIII, la situación económica
del campesinado chino había empezado a declinar. Los recursos financieros
del gobierno estaban gravemente mermados por el coste de la expansión
exterior y a finales del reinado de Qianlong estaban casi agotados por la
corrupción oficial. Las tropas manchúes situadas a lo largo de toda
China fueron una causa más de deterioro de la economía y, debilitadas
por su escasa experiencia bélica al servir como simples guarniciones,
fueron poco capaces de empuñar las armas en su propia defensa. A finales del siglo XVIII los manchúes aceptaron con reservas las relaciones comerciales con Occidente; el comercio estaba limitado al puerto de Cantón y los comerciantes extranjeros tenían que llevar a cabo sus intercambios comerciales a través de un número limitado de comerciantes chinos (sistema del Cohong). Los países más activos eran Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, aunque el comercio británico era el más importante. Inicialmente el balance comercial era favorable a China, pues Gran Bretaña compraba té y hacía sus pagos en plata. Para invertir la balanza comercial, durante la década de 1780, los comerciantes británicos introdujeron en China opio procedente de la India. Hacia 1800 el mercado del opio se había desarrollado muy rápidamente y la balanza comercial se había inclinado a favor de Gran Bretaña. La pérdida de la plata china como resultado del creciente comercio del opio agravó las dificultades fiscales a las que ya se tenía que enfrentar el gobierno Qing. Presión
extranjera El siglo XIX estuvo caracterizado por un rápido deterioro del sistema imperial y un crecimiento continuo de la presión extranjera desde Occidente y más tarde desde Japón. El tema de las relaciones comerciales entre China y Gran Bretaña dio lugar al primer conflicto serio. Los británicos estaban ansiosos por expandir sus contactos comerciales más allá de los límites restrictivos impuestos en Cantón. Para llevar a cabo esta expansión, intentaron establecer relaciones diplomáticas con el Imperio chino de la misma forma que existían entre Estados soberanos en Occidente. China, con su larga historia de autosuficiencia económica, no estaba interesada en incrementar el comercio; además, desde el punto de vista chino las relaciones internacionales, si tenían que existir de alguna manera, debían ser según un sistema tributario en el que se reconociera la hegemonía china. Por otra parte, los chinos estaban ansiosos por detener el comercio del opio, que estaba socavando las bases fiscal y moral del Imperio. En 1839, oficiales chinos confiscaron y destrozaron grandes cantidades de opio de barcos británicos en el puerto de Cantón y aplicaron fuertes presiones a la comunidad británica de esa ciudad. Los británicos se negaron a restringir aún más la importación de opio y las hostilidades surgieron a finales de 1839. Guerras
comerciales y tratados desiguales La primera guerra del Opio terminó en 1842 con la
firma del Tratado de Nanjing. China había sido vencida y los términos
del tratado garantizaban a Gran Bretaña las prioridades comerciales que
buscaba. Durante los dos años siguientes, tanto Francia como Estados
Unidos obtuvieron tratados similares. China vio estos tratados como
desagradables pues eran concesiones dictadas por bárbaros ingobernables;
sin embargo, su sumisión a las cláusulas comerciales respecto a la
expansión del comercio estaban muy por debajo de las expectativas de las
potencias occidentales. Tanto Gran Bretaña como Francia encontraron
pronto ocasión para renovar las hostilidades y durante la segunda guerra
del Opio (1856-1860), aplicaron la presión militar a la capital de la
región en el norte de China. Se firmaron nuevos tratados en Tianjin en
1858, que extendieron las ventajas occidentales. Cuando el gobierno de
Pekín se negó a ratificarlos, se reabrieron las hostilidades. Una fuerza
expedicionaria franco-británica penetró hasta Pekín. Después de que el
palacio de Verano fuera incendiado como venganza por las atrocidades
chinas infligidas a los prisioneros occidentales, se firmaron las
Convenciones de Pekín, en las que se ratificaban los términos de los
tratados anteriores. Estos tratados, conocidos en su conjunto en China como los ‘tratados desiguales’, determinaron las relaciones chinas con Occidente hasta 1943, cambiaron el curso del desarrollo social y económico chino y obstaculizaron de manera permanente la política de la dinastía Manchú. De acuerdo con sus disposiciones, los puertos chinos se volvieron a abrir al comercio internacional, se permitió la instalación de colonias de residentes extranjeros, y se cedieron de forma permanente a Gran Bretaña los territorios de Hong Kong y Kowloon. Además se garantizó a los súbditos de los Estados firmantes de los tratados la extraterritorialidad, de modo que casi todos los extranjeros en China quedaban bajo la única jurisdicción de sus consulados y sólo estaban sujetos a las leyes de sus países de origen. Todos los tratados presentaban una cláusula de nación más favorecida, bajo la cual cualquier privilegio que extendía China a una nación era automáticamente extendida a todos los demás Estados signatarios de los tratados. Con el tiempo se fraguó el control extranjero sobre toda la economía china. Los tratados marcaron los aranceles sobre los bienes importados por China en un máximo de un 5% de su valor; esta disposición hizo que China fuera incapaz de recaudar suficientes impuestos sobre las importaciones, lo que impidió proteger a las industrias nacionales y promover la modernización económica. La
rebelión Taiping Durante la década de 1850 se agitaron los cimientos
del imperio por la rebelión Taiping, una revolución popular de origen
religioso, social y económico. Su dirigente, Hong Xiuquan se llegó a
considerar a sí mismo hermano pequeño de Jesucristo, al que por mandato
divino se le había ordenado deshacerse del mandato manchú de China y
establecer una dinastía cristiana. La rebelión surgió en la provincia
de Guangxi en 1851; hacia 1853 los Taiping se habían desplazado hacia el
norte y establecido su capital en Nanjing. Aunque no fueron capaces de
ocupar Pekín, hacia 1860 estaban firmemente atrincherados en el valle del
Yangzi Jiang y amenazaban Shanghai. La dinastía manchú, enfrentada a la realidad de tener que mantener relaciones con los más poderosos Estados occidentales y destrozada por una rebelión interna de proporciones sin precedentes, pretendió reformar su política para garantizar la supervivencia del imperio. Desde 1860 a 1895 se hicieron intentos para restaurar el gobierno siguiendo principios confucianos con el fin de solucionar los problemas internos, sociales y económicos, y permitir la introducción de tecnología occidental que reforzara el poder del Estado. Los manchúes eran incapaces de proporcionar las directrices para tales programas, por lo que los reformistas se dirigieron hacia los oficiales chinos de las provincias. Gracias al poder imperial que les había concedido una mayor autoridad financiera, administrativa y militar, algunos de estos oficiales chinos habían tenido importantes éxitos al llevar a cabo sus programas. Durante las décadas de 1860 y 1870, en gran medida a través de los esfuerzos de los gobernadores Tseng Kuo-Fan y Li Hongzhang, se sofocó la rebelión Taiping, se restauró la paz interna, se establecieron arsenales y astilleros, y se abrieron varias minas. Sin embargo, los objetivos de mantener un gobierno confuciano y desarrollar un poder militar moderno eran básicamente incompatibles. La dirección de este programa de modernizaciones fue desempeñada por los burócratas neoconfucianos, graduados siguiendo el sistema de exámenes para funcionarios públicos. Sin embargo, estos hombres estaban pobremente equipados o estaban encargados de llevar a cabo programas parciales de modernización cuyo objetivo era aumentar el poder estatal; en consecuencia, los esfuerzos de China por fortalecerse desde 1860 a 1895 fueron inútiles. Esferas
de influencia extranjeras En principio, los Estados occidentales tendían a
consolidar sus beneficios bajo la firma de tratados desiguales más que a
buscar privilegios adicionales. Sin embargo, en 1875 Occidente y Japón
comenzaron a desmantelar el sistema chino de estados tributarios,
mantenidos en el sureste de Asia. Desde 1875 las islas Ryukyu cayeron bajo
el control japonés. La Guerra Chino-francesa de 1884 y 1885 puso Tonkín
bajo el imperio colonial francés y al año siguiente Gran Bretaña ocupó
Birmania. En 1860 Rusia obtuvo las provincias marítimas del norte de
Manchuria y los territorios al norte del río Amur. En 1894 los esfuerzos
japoneses por anexionarse Corea originaron la Guerra Chino-japonesa. China
sufrió una derrota decisiva en 1895 y se vio forzada a reconocer la
pérdida de Corea, pagar una enorme indemnización de guerra y ceder a
Japón la isla de Taiwan y la península de Liaodong, en el sur de
Manchuria. Rusia, Francia y Alemania reaccionaron de inmediato ante la cesión de la península de Liaodong, pues suponía otorgar a Japón una posición prioritaria en la región más rica de China. Estos tres Estados intervinieron demandando que Japón devolviera Liaodong a cambio de una mayor indemnización económica. Una vez que consiguieron esto, las tres potencias europeas le presentaron a China nuevas demandas. Hacia 1898, sin poder negarse a las demandas extranjeras, China había sido dividida en esferas de influencia económica. Se le concedió a Rusia el derecho a construir el ferrocarril Transiberiano, la posesión del ferrocarril chino oriental, que a través de Manchuria llegaba hasta Vladivostok, y el ferrocarril del sur de Manchuria atravesando el extremo meridional de la península de Liaodong, así como derechos económicos adicionales exclusivos en toda Manchuria. Otros derechos de exclusividad para el desarrollo de ferrocarriles y la explotación de minas se concedieron a Alemania en la provincia de Shandong, a Francia en las provincias meridionales, a Gran Bretaña en las provincias ribereñas del Yangzi Jiang y a Japón en las provincias costeras del sureste. Como resultado de la Guerra Ruso-japonesa (1904-1905), la mayor parte del ferrocarril del sur de Manchuria y los derechos rusos de esta zona fueron transferidos a Japón. Estados Unidos, en un intento de mantener sus derechos en China sin competir por el territorio, inició la política de puertas abiertas en 1899 y 1900. Esa política, consentida por las restantes potencias, estipulaba que sus nuevos privilegios en China no cambiaban en ninguna manera la posición igualitaria de todos los Estados acogidos a las cláusulas de nación más favorecida. Estados Unidos acometió la garantía de la integridad territorial y administrativa de China, aunque permaneció hasta 1941 sin respaldarla por la fuerza. Movimientos
de reforma y la rebelión Bóxer Hacia 1898 un grupo de reformadores ilustrados
adquirieron gran influencia sobre el joven y abierto emperador Guangxu. En
el verano de ese año, incitados por la urgencia de la situación creada
por el aumento de las nuevas esferas de influencia extranjera, aplicaron
un profundo programa de reformas diseñado para convertir a China en una
monarquía constitucional y modernizar su economía y sistema educativo.
Este programa enfrentó a la oposición de la camarilla de oficiales
manchúes elegidos por la emperatriz Cixi, que se había retirado poco
tiempo antes. Cixi y los oficiales manchúes secuestraron al emperador y
con la ayuda de jefes militares leales sofocaron el movimiento reformista.
Se extendió por todo el país una reacción violenta, que alcanzó su
punto álgido en 1900 con un levantamiento xenófobo de la sociedad
secreta de los Bóxer, un grupo que gozaba del apoyo de la emperatriz
viuda y de numerosos oficiales manchúes. Después de que una fuerza
expedicionaria occidental hubiera aplastado la rebelión Bóxer en Pekín,
el gobierno manchú se dio cuenta de la inutilidad de su política. En
1902 adoptó su propio programa de reformas e hizo planes para establecer
un gobierno constitucional limitado, según el modelo japonés. En 1905 se
abandonó el antiguo sistema de exámenes para los funcionarios. |