Africa

 

Historia

 

Hace unos cinco millones de años un tipo de homínido, antepasado cercano de los hombres de hoy en día, habitaba el sur y el este de África. Hace más de 1,5 millones de años este homínido fabricante de herramientas evolucionó hacia formas más avanzadas: el Homo habilis y el Homo erectus. El primer hombre que existió en África, el Homo sapiens, data de hace más de 200.000 años. Cazador y recolector, capaz de realizar toscas herramientas de piedra, el Homo sapiens se asociaba con otros de su especie para formar grupos nómadas; finalmente estos pueblos bosquimanos nómadas se extendieron por todo el continente africano. El proceso de diferenciación racial data del año 10.000 a. C. La creciente población negroide, que dominaba la domesticación de animales y la agricultura, expulsó a los grupos bosquimanos hacia las zonas más inhóspitas. En el siglo I, el pueblo bantú, uno de estos grupos dominantes, comenzó una migración que duró 2.000 años y pobló la mayor parte de África central y meridional. Las sociedades negroides dependían de la agricultura de subsistencia o, en las sabanas, del pastoreo. La organización política era, en general, local, aunque más tarde se desarrollarían reinos en África occidental y central.

La primera gran civilización africana comenzó en el valle del Nilo en el 5000 a. C. aproximadamente. Estos asentimientos, que dependían de la agricultura, se beneficiaron de las crecidas del Nilo como fuente de regadío y nuevos terrenos. La necesidad de controlar la corriente del Nilo produjo finalmente una compleja y bien estructurada nación, con elaborados sistemas políticos y religiosos. El reino de Egipto se desarrolló e influyó en las sociedades mediterráneas y africanas durante miles de años. La fabricación de utensilios de hierro se extendió hacia el sur, desde Egipto, alrededor del año 800 a.C. Las ideas de monarquía real y de organización estatal también fueron exportadas, en particular a zonas vecinas como Kush y Punt. El reino cusita del este, Meroë, fue reemplazado en el siglo IV por Aksum, que se transformó en Etiopía.

Durante un periodo que transcurrió entre finales del siglo III a.C. y principios del siglo I, Roma conquistó Egipto, Cartago y otras áreas del norte de África, que se convirtieron en los graneros del Imperio romano. El Imperio fue dividido en dos partes en el siglo IV. Todos los territorios al oeste de Libia siguieron perteneciendo al Imperio de Occidente, controlado por Roma, y los territorios al este, incluido Egipto, pasaron a formar parte del Imperio bizantino, gobernado desde Constantinopla. En esta época la mayoría de la población se había convertido al cristianismo. En el siglo V los vándalos, una tribu germánica, conquistaron gran parte del norte de África. Los reyes vándalos gobernaron hasta el siglo VI, cuando fueron derrotados por las fuerzas bizantinas y el área fue absorbida por el Imperio de Oriente.

La era de los imperios y las ciudades-estado

Los ejércitos islámicos invadieron África tras la muerte de Mahoma en el 632 y rápidamente vencieron la resistencia bizantina en Egipto.

El norte de África

Desde sus bases en Egipto, los árabes invadieron los reinos bereberes del oeste y en el siglo VIII conquistaron Marruecos. Mientras que los bereberes de la costa se convirtieron al Islam, muchos otros se retiraron a los montes Atlas y al interior del Sahara. La minoría árabe estableció un reino autocrático en Argelia y Marruecos. Los reinos cristianos de Alwa y Makuria en Sudán fueron conquistados; sólo el reino cristiano de Nobatia fue lo suficientemente fuerte como para resistir a los invasores, y forzar la firma de un tratado que mantuvo su independencia durante 600 años. Los árabes permanecieron como la minoría gobernante durante varios siglos.

El comercio a través del Sahara se hizo frecuente durante el siglo VIII. Los guías de caravanas y los maestros religiosos traspasaron sus valores políticos, religiosos y sociales a los pueblos de las rutas de comercio. Anteriormente, los invasores musulmanes del Yemen rechazaron a los pueblos de la costera Aksum hacia el interior y establecieron una serie de ciudades-estado como Adal y Harar. El mar Rojo pertenecía ahora a los comerciantes musulmanes.

Varias dinastías rivales surgieron en la costa norte africana. En el siglo VIII los musulmanes norteafricanos conquistaron la mayor parte de la península Ibérica, y durante siglos intentaron ataques y expediciones de conquista a la Europa cristiana. Ya antes de las Cruzadas algunos reinos islámicos muy civilizados dominaban el sur y el este del Mediterráneo. En el siglo XIV el Sudán cristiano sucumbió ante los ejércitos mamelucos de Egipto. Los turcos otomanos conquistaron Egipto en 1517 y durante los cincuenta años siguientes establecieron un control nominal sobre la costa norteafricana. El poder real, sin embargo, permaneció en manos de los mamelucos, que gobernaron Egipto hasta que fueron derrotados por Napoleón Bonaparte en 1798. Los etíopes fueron invadidos por los ejércitos del sultanato de Adal, pero derrotaron en 1542 a los musulmanes con la ayuda de Portugal.

Reinos de África occidental

En África occidental surgieron una serie de reinos de raza negra cuya base económica yacía en el control de las rutas comerciales transaharianas. Se enviaban al norte oro, nueces de kola y esclavos a cambio de ropas, utensilios y sal.

Ghana

 

El primero de estos reinos, Ghana, comenzó a existir el siglo V en lo que hoy es el sureste de Mauritania; su capital, Kumbi Saleh, ha sido excavada en tiempos modernos. Ya en el siglo XI, los ejércitos de Ghana, equipados con armas de hierro, se adueñaron de las rutas de comercio que se extienden desde el actual Marruecos a los bosques costeros de África occidental al sur. Los bereberes nómadas de la confederación sanhaja (la actual Mauritania central) formaban el nexo principal entre Ghana y el norte. Una vez que los árabes consiguieron controlar las costas del noroeste, comenzaron a explotar estas rutas comerciales. A principios del siglo XI había consejeros musulmanes en la corte de Ghana, y los mercaderes musulmanes vivían en grandes barrios de extranjeros desde los que dirigían un comercio a gran escala muy lucrativo. En el siglo XI, Ghana fue destruida por los almorávides, una belicosa facción musulmana fundada entre los bereberes sanhaja. A principios del siglo XI se alzaron en guerra santa (yihad) y controlaron las rutas de caravanas del Sahara. Entonces el movimiento se separó; un grupo avanzó hacia el norte para conquistar Marruecos y España, mientras que el otro se dirigió al sur para destruir (en el año 1076) la capital de Ghana. Durante el siglo siguiente el pueblo Soso de Futa Yallon, anteriormente vasallos de Ghana, tomó el control del área, pero fueron conquistados a su vez por los pueblos de Mali en el año 1240 aproximadamente.

Mali y Songay

 

 

 

En el centro de las cuencas altas de los ríos Senegal y Níger, Mali evolucionó a principios del siglo XI a partir de un grupo de las tribus mande. A mediados del siglo XIII, el reino comenzó un periodo de expansión bajo el vigoroso monarca Sundiata. Se supone que poco después los gobernantes de Mali se convirtieron al Islam. El imperio de Mali alcanzó su punto culminante bajo el mansa (rey) Musa, que condujo una peregrinación a La Meca en 1324-1325, inició relaciones diplomáticas con Túnez y Egipto, y llevó a varios eruditos y sabios musulmanes a su imperio; a partir de la época de Mansa Musa, Mali apareció en los mapas de Europa. Después de 1400, el imperio decayó y Songay se convirtió en el reino más importante del Sudán occidental. Aunque Songay data de antes del siglo IX, su gran periodo de expansión se produjo con el reinado de Sunni Alí y Askia Muhammad. Durante el reinado de este último el Islam prosperó en la corte, y Tombuctu se convirtió en el mayor centro de la cultura musulmana, famoso por su universidad y su mercado de libros. Atraídos por su riqueza, los ejércitos de al-Mansur de Marruecos destruyeron la capital de Songay, Gao, en 1591. Tras la caída de Songay, varios reinos pequeños -Macina, Gonja, Ségou, Kaarta- intentaron dominar el oeste del Sudán, pero las luchas continuas y el declive económico fueron los únicos resultados.

Los reinos de Hausa y Kanem-Bornu

 

 

Al este de Songay, entre el río Níger y el lago Chad, surgieron las ciudades-estado de Hausa y el imperio de Kanem-Bornu. Los reinos hausa (Biram, Daura, Katsina, Zaria, Kano, Rano y Gobir) nacieron antes del siglo X. Después de la desaparición de Songay, el comercio transahariano se trasladó al este, donde cayó bajo el control de Katsina y Kano. Éstos se convirtieron en los centros de un floreciente comercio y vida urbana. Al parecer, el Islam fue introducido en los reinos hausa en el siglo XIV desde Kanem-Bornu.

Este último imperio existía en el siglo VIII como un impreciso reino intermedio al norte y al este del lago Chad. En un principio fue gobernado por un pueblo nómada, los zaghawa, pero fueron reemplazados por una nueva dinastía, los saifawa, que reinó desde el año 800 hasta el año 1846 aproximadamente. Los nuevos soberanos se convirtieron al Islam en el siglo XI. A finales del siglo XIV se trasladaron a la región de Bornu, y la zona anterior, Kanem, fue conquistada por el pueblo bulala procedente del sur. El soberano bornu más conocido fue Mai Idris Alooma (reinó entre 1580-1617 aproximadamente), que introdujo armas de fuego compradas a los turcos otomanos. En su momento de esplendor, Kanem-Bornu controló las rutas saharianas hacia Egipto, pero a mitad del siglo XVII ya había comenzado su decadencia.

La expansión del Islam

Durante el periodo de los grandes imperios sudaneses la vida de los agricultores y pescadores prácticamente no cambió; sólo las clases dirigentes disfrutaban de las importaciones y los artículos de lujo. Los agricultores vivían en economías de subsistencia, sujetos a los impuestos periódicos y a las ocasionales incursiones en sus aldeas en busca de esclavos. El Islam se asociaba con los grandes centros urbanos y era la religión de la clase dirigente y de los residentes extranjeros. Sin embargo, antes del final del siglo XV, los árabes nómadas kunta empezaron a predicar, y durante la mitad del siglo XVI la hermandad qadiriyya, a la que pertenecían, comenzó a extender el Islam por todo Sudán occidental. Aproximadamente en la misma época, los fulani, un pueblo nómada y pastor, se trasladaron lentamente hacia el este desde la región de Futa Toro, en Senegal, ganando adeptos para el Islam. Durante este periodo, el Islam se convirtió en una religión personal más que en una mera religión de estado. De hecho, el Islam parece haber declinado entre las clases dirigentes y dinastías no musulmanas que gobernaron en antiguos centros musulmanes hasta el siglo XVIII. Los movimientos islámicos de reforma y renacimiento comenzaron entre los pueblos fulani, mandingo, soso y tukolor.

Las viejas dinastías fueron derrocadas y se crearon reinos teocráticos que extendieron el Islam a nuevas áreas. En los reinos hausa, Shehu Usuman dan Fodio, un maestro musulmán, encabezó la rebelión de los fulani, que entre los años 1804 y 1810 derrocó a los monarcas hausa y estableció nuevas dinastías. Sin embargo, un intento de conquistar Bornu fue resistido con éxito por el líder religioso al-Kanemi. El nuevo imperio fulani fue dividido en un principio entre el hermano de Shehu, Abdullahi, y su hijo, Muhammad Bello, pero, después de 1817, Muhammad y sus sucesores fueron sus únicos señores.

Seku Ahmadu, un musulmán fulani, creó otro reino teocrático en Macina, en 1818. Durante su reinado desarrolló un imperio que abarcaba toda la región del río Níger, desde Jenne hasta Tombuctu. Tras su muerte en 1844 su hijo tomó el poder, pero en 1862 Macina cayó ante otro reformador musulmán, al-Hajj Umar, que creó el vasto imperio tukolor, en la región de Senegambia, antes de su muerte en 1864.

Reinos de África oriental

 

Los primeros restos de la historia de África oriental aparecen en el periplo del mar de Eritrea (c. 100), que describía la vida comercial de la región, así como sus lazos con el mundo más allá de África. Inmigrantes indonesios llegaron a Madagascar durante el primer milenio con nuevos productos alimentarios, sobre todo bananas, que pronto se difundieron por todo el continente. Pueblos de habla bantú que se establecieron en el interior, formaron reinos basados en el clan y absorbieron a los pueblos bosquimanos y nilóticos que ocupaban las llamadas áreas interlacustres, o entre lagos, más al interior. Los colonos árabes ocuparon la costa y establecieron ciudades comerciales. Marfil, oro y esclavos eran las principales exportaciones. Ya en el siglo XIII se habían creado algunas notables ciudades-estado. Entre estos reinos zenj se puede citar a Mogadiscio, Malindi, Lamu, Mombasa, Kilwa, Pate y Sofala. La cultura urbana swahili se desarrolló gracias al intercambio mutuo de hablantes bantúes y árabes. Las clases gobernantes eran de ascendencia afro-árabe; las masas eran bantúes, muchos de ellos esclavos. Estas ciudades-estado mercantiles estaban orientadas hacia el mar, y su impacto político en los pueblos del interior fue mínimo hasta el siglo XIX.

Los avanzados y complejos reinos de los lagos empezaron su desarrollo en el siglo XIV. Poco se sabe de su historia primitiva. Una de las teorías afirma que los pueblos cusitas de las montañas etíopes llegaron a dominar a las tribus bantúes. Se cree que otros cusitas fueron los antepasados de los pueblos tutsi de la actual Tanzania, Ruanda y Burundi. Entre los lagos Victoria y Eduardo, los primeros reinos gobernados por los bachwezi florecieron antes del año 1500, época en la que fueron suplantados por la primera ola de pueblos luo, que emigraron del Sudán. Los nuevos inmigrantes adoptaron las lenguas bantúes en el país de Bunyoro, pero en Acholiland, Alurland y el país de Lango (toda la actual Uganda) conservaron su propio lenguaje. Más tarde se crearon nuevos reinos, entre ellos Bunyoro, Ankole, Buganda y Karagwe. De estos reinos, Bunyoro fue el más poderoso hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Entonces Buganda comenzó a expandirse, y sus ejércitos hicieron incursiones por extensas zonas. El reino de Buganda creó una burocracia compleja y centralizada, en la que los jefes de distrito y subdistrito eran designados por el kabaka (‘rey’).

Más al sur, en Ruanda, los bachwezi (llamados alternativamente bututsi o bahima en esta zona) fundaron una aristocracia de pastores de ganado que gobernó a los pueblos bantúes a partir del siglo XVI.

Reinos centroafricanos

Los reinos centroafricanos son aún menos conocidos que los interlacustres. En la sabana del Congo, al sur de los bosques tropicales, pueblos de habla bantú establecieron comunidades agrícolas a comienzos del siglo IX. En algunos lugares se desarrolló el comercio a larga distancia con la costa oriental; el cobre y el marfil eran las principales exportaciones. Durante el siglo XIV se estableció el reino del Congo, que dominaba una zona de la actual Angola entre los ríos Congo y Loge y desde el río Kwango al Atlántico, con un elaborado sistema político, con gobernadores provinciales y un rey elegido de entre los descendientes del rey fundador, Wene. En la zona entre el Kasai superior y el lago Tanganica, se organizaron varios reinos en el año 1500 aproximadamente, y formaron el imperio luba. Su fundador, Kongolo, sometió a varios pueblos pequeños de la región y los usó como base para ulteriores conquistas. Sin embargo, el imperio no desarrolló mecanismos centralizadores, así que las luchas dinásticas y los reinos separatistas fueron un problema continuo. En el año 1600, aproximadamente, uno de los hijos más jóvenes de la dinastía abandonó el reino y fundó el imperio lunda. El reino lunda pronto se separó, y miembros de la dinastía real se fueron para fundar nuevos reinos como Bemba, Kasanje y Kazembe. Este último se convirtió en el reino más poderoso y grande de los luba-lunda, y entre 1750 y 1850 dominó Katanga del sur y parte de la meseta de Rhodesia.

Se cree que los pueblos de habla bantú que se trasladaron al este desde la región del Congo, durante el primer milenio, asimilaron a los pueblos neolíticos nativos. Más tarde, los inmigrantes bantúes, llamados karanga, fueron los antepasados del actual pueblo shona. Los karanga comenzaron a construir el Gran Zimbabwe, un impresionante edificio de piedra que albergaba a la corte real. También formaron el imperio Monomotapa, que obtuvo su riqueza gracias a la minería de oro a gran escala y alcanzó su máximo esplendor durante el siglo XV.

Reinos surafricanos

 

Antes del siglo XIX, los pueblos de habla bantú habían expulsado o admitido a sus predecesores de África del Sur y habían establecido varios reinos sedentarios. A principios del siglo XIX, la presión de la población y el hambre provocó una serie de guerras y migraciones a gran escala a través de África meridional y central. Comenzaron en 1816, cuando el rey zulú Shaka desarrolló nuevas técnicas militares y se embarcó en guerras de conquista contra los pueblos vecinos. Las tribus derrotadas por los zulúes emigraron del sureste de la actual Sudáfrica y, al reorganizar sus técnicas de combate tomando como modelo las de los zulúes, arrollaron a pueblos más distantes, que, en consecuencia, se vieron forzados a buscar nuevos hogares. Los ndwandwe, guiados por su jefe Sobhuza, se dirigieron al norte y establecieron el reino de Swazi a partir del año 1820. Los ngoni también fueron al norte y avanzaron a través del actual Mozambique y más allá del lago Malawi, donde, en 1848 aproximadamente, se dividieron en cinco reinos, que lucharon intensamente entre el lago Victoria y el Zambezi. Otro grupo, dirigido por Soshangane, emigró al sur de Mozambique, donde fundaron el reino de Gaza cerca del año 1830. Los kololo emigraron al norte hacia Barotseland y comenzaron una lucha por el poder con el pueblo local, los lozi. Los ndebele fueron al oeste (1824-34) y después al norte (1837), hasta lo que hoy es Zimbabwe, y fundaron un reino en Matabeleland.

Comienzo del imperialismo europeo

El primer esfuerzo continuado de los europeos con respecto a África se desarrolló gracias al interés de Enrique el Navegante, príncipe de Portugal. Fueron enviadas numerosas expediciones después de 1434, cada una aumentando el conocimiento europeo sobre la costa sur, hasta que, en 1497-1498, Vasco da Gama rodeó el cabo de Buena Esperanza y llegó a la India.

Las expediciones portuguesas fueron impulsadas por varios motivos: el deseo de conocimiento y de llevar el cristianismo a los pueblos paganos, la búsqueda de aliados potenciales contra la amenaza musulmana y la esperanza de encontrar rutas de comercio lucrativas y fuentes de riqueza. Más tarde, dondequiera que portugueses, ingleses, franceses y holandeses pasaban, alteraban las estructuras vigentes de la vida comercial y política y cambiaban los sistemas económicos y religiosos.

Rutas comerciales

Los portugueses establecieron una cadena de colonias comerciales a lo largo de la costa africana occidental. El Mina, fundada en la Costa de Oro (actual Ghana) en 1482, fue la más importante; de hecho, fue la única en la Costa de Oro y las áreas de Congo y Luanda en donde el comercio fue realmente lucrativo. Oro, marfil, productos alimentarios y esclavos africanos se intercambiaron por armas de fuego, tejidos y alimentos. El comercio portugués atrajo a los rivales comerciales europeos, que en el siglo XVI crearon sus propios puestos e intentaron captar el comercio existente. En África occidental el nuevo comercio tuvo efectos profundos. Las antiguas rutas comerciales habían estado orientadas al norte a través del Sahara, sobre todo hacia el mundo musulmán. Ahora las rutas fueron reorganizadas hacia la costa y la importancia económica de los reinos de la sabana entró en decadencia, mientras que los reinos de la costa incrementaron su riqueza y poder. Pronto se entablaron luchas entre los pueblos costeros por el control de las rutas comerciales y para acceder a las nuevas armas de fuego traídas de Europa.

El comercio de esclavos

Con el auge del comercio de esclavos para las Américas, las guerras por el control del comercio africano se hicieron más intensas. Durante los cuatro siglos de trata de esclavos, un número incalculable de africanos fueron víctimas de este tráfico de vidas humanas. La mayoría fueron capturados por otros africanos e intercambiados por distintos artículos. El primer reino importante que se benefició del comercio de esclavos fue Benín, al oeste de la actual Nigeria, fundado en el siglo XV. Al final del siglo XVII había sido sustituido por los reinos de Dahomey y Oyo. A mediados del siglo XVIII, el pueblo ashanti comenzó su auge como el mayor poder del África occidental. Bajo el asantehene ‘rey’ Osei Kojo (que reinó entre 1764-77), los ejércitos ashanti comenzaron a presionar en dirección sur hacia las estaciones o puestos comerciales europeos de la Costa de Oro. Aunque no pudieron limpiar la ruta de intermediarios, se aseguraron un abastecimiento estable de armas de fuego, que usaron para expandirse hacia el norte y disputar sus fronteras orientales con Dahomey. Más al este, el reino yoruba de Oyo se debilitaba a finales del siglo XVIII, lo que provocó la guerra civil y la intervención de las fuerzas fulani desde el norte y un incremento en la cantidad de esclavos disponibles para el comercio. En el año 1835 aproximadamente, la capital imperial, Old Oyo, fue abandonada, pero en la batalla de Oshogbo (c. 1840) los fulani fueron expulsados. Las guerras civiles se extendieron hasta 1893, cuando el poder yoruba se dividió en varios reinos competidores.

Durante la última parte del siglo XVIII, la opinión pública en Gran Bretaña se volvió en contra del comercio de esclavos. Debido a la decisión de Mansfield de 1772, que liberaba a los esclavos en Gran Bretaña, se planteó la posibilidad de crear una colonia africana de antiguos esclavos. El primer intento (1787-90), en la bahía de San Jorge (actualmente Sierra Leona), fracasó; los abolicionistas lo intentaron una segunda vez y en 1792 fundaron Freetown en la misma zona. Cuando los británicos declararon ilegal el comercio de esclavos para los ciudadanos británicos en 1807, consideraron que Freetown era la base adecuada para las operaciones navales contra tal comercio y, en 1808, Sierra Leona fue convertida en una colonia de la Corona. El ejemplo de Sierra Leona atrajo a los estadounidenses, interesados en la colonización del África negra, y a principios de 1822 la Sociedad de Colonización Estadounidense logró establecer su colonia, Liberia, en las cercanías de cabo Mesurado.

La expansión británica

El deseo británico de acabar con el comercio de esclavos se basó en los intentos de reorganizar el comercio africano hacia otras exportaciones (como el aceite de palma), en aumentar la actividad misionera y en imponer la jurisdicción del gobierno británico sobre propiedades que habían pertenecido a comerciantes británicos. Tales acciones involucraron con frecuencia a Gran Bretaña, por descuido, en luchas con los reinos africanos y condujeron a que asumiera la soberanía de ciertos territorios africanos. En 1821, el gobierno británico tomó el control de una serie de fuertes en la Costa de Oro. Debido a una serie de malentendidos, la primera de varias guerras entre los ashanti y los británicos ocurrió entre 1823 y 1826; estos conflictos se sucederían intermitentemente hasta fin de siglo. Aunque el gobierno británico renunció al control de los fuertes en 1828, volvió a asumir la jurisdicción en 1843. En cambio, la autoridad británica sobre los ashanti no quedó firmemente establecida hasta 1900. En el delta del Níger, la abolición británica de la esclavitud obligó a sustituir la trata de esclavos por el comercio de aceite de palma; para ello, Gran Bretaña precisaba un puerto cercano. Además, los británicos estaban ansiosos por eliminar a los intermediarios de los reinos del delta, tales como Calabar, Bonny y Brass. En 1852 los británicos obligaron al gobernante de Lagos a aceptar su protección y así, en 1861, Lagos fue convertido en una colonia de la Corona.

África oriental y central

En el centro y el este de África el impacto europeo fue diferente. Cuando los portugueses llegaron a las costas del Congo y Angola, a partir de 1480, se aliaron rápidamente con los soberanos del Congo, que se convirtieron al cristianismo, e intentaron crear un estado occidentalizado. Este objetivo se frustró, sin embargo, por las guerras civiles y la introducción del comercio de esclavos. La región pronto quedó inmersa en luchas y durante el siglo XVI el reino se derrumbó. Más al sur, los portugueses fundaron Luanda en 1575 como base para penetrar en el interior de Angola; de aquí salieron casi la mitad de todos los esclavos enviados a las Américas. Cuando alcanzaron la costa este de África, los portugueses intentaron cortar las conexiones comerciales con el mundo musulmán. En el proceso, gran número de ciudades-estado fueron destruidas, otras ocupadas y toda la zona entró en decadencia económica. Después de que los portugueses fueran expulsados definitivamente de Mombasa en 1698, la costa volvió a tener un gobierno nativo, pero durante el siglo XVIII los gobernantes de Omán establecieron al menos un control nominal. A comienzos del siglo XIX, el sultán Sayyid Said, gobernante de Omán, transfirió su capital a Zanzíbar, que le sirvió de base para fortalecer su control sobre la costa y penetrar al interior para comerciar con los reinos interlacustres. Los esfuerzos británicos por regular el comercio de esclavos de África oriental condujeron, en 1822, a un tratado que prohibía la venta de esclavos a súbditos de reinos cristianos. Sin embargo, el comercio de esclavos continuó muy activo, debido al gran número de africanos secuestrados para hacer frente a la demanda de esclavos en las plantaciones de clavo de Zanzíbar y los mercados de esclavos del Medio este estadounidense.

La llegada de los portugueses a Etiopía había ayudado a evitar la conquista musulmana. En 1542 una fuerza combinada de etíopes y portugueses derrotó al ejército musulmán, y los etíopes reconquistaron gran parte de su territorio perdido. Sin embargo, tras las disputas doctrinales entre los eclesiásticos coptos y los jesuitas portugueses, los portugueses fueron expulsados en 1632. Etiopía pasó una época de aislamiento y, ya en el siglo XVIII, la monarquía se derrumbó. Desde 1769 a 1855, Etiopía soportó la ‘edad de los príncipes’, durante la cual los emperadores eran gobernantes títeres, controlados por los poderosos nobles provinciales. Dicha era acabó con la coronación del emperador Theodore II, un jefe menor que llegó al trono tras derrotar a sus rivales. Véase Etiopía.

Sudáfrica

 

Aunque los portugueses ignoraron Sudáfrica durante mucho tiempo, sus rivales, los holandeses, comenzaron en 1652 a desarrollar el área como una estación en la ruta a las Indias orientales. Durante un corto periodo, los colonos fueron animados a establecerse alrededor de Ciudad de El Cabo, al tiempo que empezaba a desarrollarse una nueva cultura y pueblo, los bóers o afrikáners. A pesar de la resistencia del gobierno iniciaron una inmigración hacia el interior en busca de mejores tierras y, después de 1815, para escapar del control del gobierno británico. Mientras avanzaban hacia el interior, se encontraron con los zulúes y otros pueblos bantúes en su expansión hacia el sur. El resultado fue una serie de guerras por la tierra. En el curso de sus migraciones, los bóers fueron los primeros blancos en explorar el interior de África.

A finales del siglo XVIII, el interés científico y la búsqueda de nuevos mercados comenzó a estimular una era de exploraciones. El explorador británico James Bruce alcanzó las fuentes del Nilo Azul en 1770; su compatriota Mungo Park exploró (en 1795 y 1805) el curso del río Niger; el explorador alemán Heinrich Barth viajó extensamente por el oeste del Sudán musulmán; el misionero escocés David Livingstone exploró el río Zambezi y en 1855 bautizó las cataratas Victoria; los exploradores británicos John Hanning Speke y James Augustus Grant, río abajo, y sir Samuel White Baker, río arriba, resolvieron el misterio de la fuente del Nilo en 1863. A los exploradores les siguieron (y en algún caso precedieron) los misioneros cristianos y, más tarde, los comerciantes europeos.

La política europea

 

A medida que crecía el interés europeo por África, las dificultades de sus gobiernos se incrementaban. Los franceses comenzaron la conquista de Argelia y Senegal a partir de 1830, pero la ocupación sistemática del África tropical no comenzó hasta la segunda mitad del siglo. Al penetrar al interior de África, ciudadanos y administradores europeos encontraron resistencia por parte de los pueblos dominantes y fueron bienvenidos por los pueblos subordinados que buscaban aliados o protectores. Desde 1880 a 1905, aproximadamente, buena parte de África fue dividida entre Bélgica, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y Portugal. En 1876 el rey Leopoldo II de Bélgica estableció la Asociación Internacional del Congo, una compañía privada, para explorar y colonizar la región. Su principal agente en esta tarea fue sir Henry M. Stanley. En 1884 la intensa rivalidad de las potencias europeas, deseosas de conseguir más territorios africanos, y las mal definidas fronteras de sus diversas posesiones amenazaron las relaciones internacionales. Entonces se convocó una conferencia a la que las naciones de Europa, junto con Estados Unidos, enviaron delegados.

En la Conferencia de Berlín (1884-85) las potencias definieron sus zonas de influencia y establecieron reglas con vistas a la futura ocupación de la costa de África y para ordenar la navegación en los ríos Congo y Níger. Entre las importantes disposiciones del Acta de Berlín había una que obligaba a las potencias que adquirieran un nuevo territorio en África, o asumieran un protectorado sobre cualquier parte del continente, a notificarlo al resto de las potencias signatarias. Durante los quince años siguientes se negociaron numerosos tratados entre las naciones europeas para ejecutar y modificar las disposiciones de la conferencia. Gran Bretaña firmó en 1890 dos tratados de este tipo. El primero, con Alemania, demarcaba las zonas de influencia de las dos potencias en África. El segundo tratado, con Francia, reconocía los intereses británicos en la región comprendida entre el lago Chad y el río Niger y admitía la influencia francesa en el Sahara. Otros acuerdos, en especial los que firmaron Gran Bretaña e Italia en 1891, Francia y Alemania en 1894 y Gran Bretaña y Francia en 1899, clarificaron aún más las fronteras entre las posesiones africanas de Europa.

La resistencia africana

 

Ningún reino africano había sido invitado a la Conferencia de Berlín y ninguno firmó estos acuerdos. Siempre que fue posible, los africanos se opusieron a las decisiones tomadas en Europa en el momento de ser aplicadas en suelo africano. Los franceses afrontaron una revuelta en Argelia en 1870 y la resistencia a sus esfuerzos por controlar el Sahara (1881-1905). En el Sudán occidental, el gobernante mandinka Samory Toure y Ahmadu, el hijo y sucesor de AlHajj Umar, del reino tukolor, intentaron mantener su independencia. Sin embargo, ambos fueron derrotados por los franceses (Ahmadu en 1893 y Samory cinco años más tarde). Dahomey fue ocupado por las fuerzas francesas en 1892, y la región de Wadai fue la última en caer bajo la dominación francesa, en 1900. Los administradores británicos encontraron una resistencia similar por parte de los bóers en Sudáfrica durante los periodos 1880-81 y 1899-1902. Los colonos británicos y bóers conquistaron el país de Matabele en 1893, y tres años más tarde los matabele (ndebele) y sus subordinados, los shona, se revelaron. Estallaron revueltas en Ashantiland en 1893-94, 1895-96 y 1900, y en Sierra Leona en 1897. Los reinos fulani de Mausa se resistieron a la conquista británica (1901-03). Sokoto se sublevó en 1906. Los alemanes se enfrentaron a la insurrección herero (1904-08) de África del Sudoeste y a la revuelta de la tribu maji maji (1905-07) en Tanganica. Sólo los etíopes, bajo el emperador Menelik II (que reinó de 1889 a 1911), tuvieron éxito en su resistencia a la conquista europea, al aniquilar una fuerza expedicionaria italiana en la batalla de Adua (Aduwa) en 1896.

Incremento del desarrollo

Una vez que los territorios fueron conquistados y pacificados, las administraciones europeas comenzaron a desarrollar sistemas de transporte, de manera que las materias primas destinadas a la exportación pudieran ser embarcadas con mayor facilidad en los puertos, y a establecer sistemas de impuestos que iban a obligar a los agricultores de subsistencia a plantar cultivos rentables o a dedicarse al trabajo migratorio. El comienzo de la I Guerra Mundial interrumpió ambos esfuerzos políticos ya encauzados. Durante el curso de la guerra, los territorios alemanes del oeste y sudoeste de África fueron conquistados y más tarde, bajo el mandato de la Sociedad de Naciones, fueron repartidos entre las distintas potencias aliadas. Miles de africanos lucharon en la guerra o sirvieron como porteadores para las fuerzas aliadas. La resistencia a la guerra se limitó a la corta rebelión, en 1915, de John Chilembwe, un sacerdote africano, en Nyasaland (hoy Malawi).

Tras la I Guerra Mundial los esfuerzos destinados a explotar las colonias se moderaron y se prestó más atención a mejorar los servicios educativos y médicos, a ayudar al desarrollo y a salvaguardar los derechos territoriales de las colonias africanas. No obstante, algunas colonias ocupadas por blancos, como Argelia, Rhodesia del sur (hoy Zimbabwe) y Kenia, recibieron una considerable autonomía interna. Rhodesia del sur se convirtió en colonia autónoma de la Corona británica en 1923, con casi ninguna disposición referente al voto de africanos. Durante el periodo de entreguerras comenzaron a emerger varios movimientos nacionalistas y de protesta. Sin embargo, la mayoría de las veces la elección de miembros se limitaba a los grupos africanos occidentalizados. Sólo en Egipto y Argelia, donde gran número de africanos habían abandonado su modo de vida tradicional y desarrollaban nuevas identidades y fidelidades, se formaron partidos políticos de masas. Etiopía, que anteriormente había resistido con éxito la colonización europea, cayó ante la invasión italiana de 1936 y no recobró su independencia hasta la II Guerra Mundial. Con el comienzo de la guerra, los africanos sirvieron en las fuerzas aliadas, incluso en número superior a la anterior guerra, y las colonias apoyaron en general la causa aliada. La lucha en el continente, que se limitó al norte y noroeste de África, acabó en mayo de 1943.

La nueva África

 

 

 

 

Tras la guerra, las potencias coloniales europeas quedaron psicológica y físicamente debilitadas, y la balanza de poder internacional se trasladó a los Estados Unidos y la Unión Soviética, dos estados declarados anticolonialistas. En el norte de África, la oposición al gobierno francés se desarrolló a partir de 1947 con actos terroristas esporádicos y motines. La revolución argelina comenzó en 1954 y continuó hasta la independencia del país en 1962, seis años después de que Marruecos y Túnez lograran su independencia. En el África subsahariana francesa se hicieron esfuerzos para contrarrestar los movimientos nacionalistas, al conceder a los habitantes de los territorios la ciudadanía total y permitir a diputados y senadores de cada territorio asistir a las sesiones de la Asamblea Nacional francesa. No obstante, el sufragio limitado y la representación comunal asignada a cada territorio se demostró inaceptable. En los territorios británicos el ritmo de cambio también se aceleró después de la guerra. Empezaron a aparecer partidos políticos que englobaron a tantos grupos étnicos, económicos y sociales como fue posible. En Sudán, los desacuerdos entre Egipto y Gran Bretaña sobre la dirección de la autonomía sudanesa obligó a que los británicos aceleraran el proceso de independencia de estos territorios, y Sudán se independizó en 1954. Durante la década de 1950, el ejemplo de las nuevas naciones independientes de otros continentes, las actividades del movimiento terrorista Mau Mau de Kenia y la efectividad de líderes populares como Kwame Nkrumah incrementaron todavía más la velocidad de dicho proceso. La independencia de Ghana en 1957 y de Guinea en 1958 desató una reacción en cadena de demandas nacionalistas. Sólo en 1960 empezaron a existir diecisiete naciones africanas.

A finales de la década de los setenta casi toda África era independiente. Las posesiones portuguesas -Angola, Cabo verde, Guinea-Bissau, y Mozambique- se independizaron entre 1974 y 1975, después de años de lucha violenta. Francia renunció a las islas Comores en 1975, y Djibouti consiguió la independencia en 1977. En 1976 España dejó el Sahara español, que entonces fue dividido entre Mauritania y Marruecos. Aquí, sin embargo, estalló una cruda guerra por la independencia. Mauritania renunció a su parte en 1979, pero Marruecos, que tomó posesión de todo el territorio, continuó la lucha con el Frente Polisario, de carácter independentista. Zimbabwe consiguió la independencia legal en 1980 (véase Zimbabwe: Historia). El último resto de la larga dependencia del continente, Namibia, consiguió la independencia en 1990.

Los jóvenes estados africanos se enfrentan a varios problemas fundamentales. Uno de los más importantes es la creación de un Estado nacional. Gran parte de los países africanos retuvieron las fronteras que habían trazado arbitrariamente los diplomáticos y administradores europeos del siglo XIX. Los grupos étnicos podían quedar divididos por las fronteras nacionales, pero los lazos de lealtad que unían a tales grupos eran a menudo más fuertes que los nacionales. No obstante, cuando los estados africanos consiguieron la independencia, los movimientos nacionalistas dominantes y sus líderes se instalaron en un poder casi permanente. Llamaron a la unidad nacional y recomendaron encarecidamente que los sistemas parlamentarios de varios partidos fueran descartados en favor de un Estado con partido único. Cuando estos gobiernos no pudieron o no quisieron cumplir las expectativas populares, el recurso era a menudo la intervención militar. Al dejar la administración rutinaria en manos de la burocracia civil, los nuevos líderes militares se presentaron como eficientes y honestos guardianes públicos, pero pronto desarrollaron el mismo interés por el poder que caracterizó a sus predecesores civiles. En muchos estados, el comienzo de la década de 1990 despertó un renovado interés en la democracia parlamentaria de varios partidos.

El desarrollo económico también representa un gran problema. Aunque gran número de países africanos poseen considerables recursos naturales, pocos tienen los fondos financieros necesarios para el desarrollo de sus economías. Las empresas privadas extranjeras a menudo han considerado la inversión en áreas subdesarrolladas demasiado arriesgada, y este punto de vista se justifica en muchos casos. Las mayores fuentes de financiación alternativas son las instituciones de préstamos nacionales y las multinacionales.

Las esperanzas de un mejor nivel de vida para las naciones africanas se han incrementado, y los precios de los bienes de consumo y otros bienes manufacturados se han mantenido, pero el precio de la mayoría de las materias primas africanas ha bajado. La recesión mundial de principios de la década de 1980 multiplicó las dificultades iniciadas con el aumento del precio del petróleo en la década de los setenta. Serios problemas con las divisas y una deuda exterior creciente agravaron el descontento público. El hambre y las sequías se extendieron por las regiones centrales y norteñas del continente en la década de los ochenta, y millones de refugiados abandonaron sus hogares en busca de comida, incrementando los problemas de los países a los que huían. Los recursos médicos, todavía inadecuados e insuficientes, se vieron desbordados por las epidemias, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el cólera y otras enfermedades. A finales de la década de 1980 y primera mitad de la siguiente década, los conflictos locales en Chad, Somalia, la zona del Sahara, Sudáfrica y otras zonas del continente desestabilizaron gobiernos, interrumpieron el progreso económico y costaron la vida a miles de africanos. Después del final de la guerra civil en Somalia en 1991, un gobierno separado se estableció en Eritrea, que declaró su independencia en 1993. En abril de 1994 estalló la lucha entre los dos principales grupos étnicos de Ruanda, los hutu y los tutsi, después de que los presidentes de Ruanda y Burundi murieran en un sospechoso accidente aéreo. Los problemas en esta zona central de África han continuado a lo largo de 1996 y 1997, así como en Argelia, al norte, cuya paz y desarrollo están siendo amenazados por los atentados violentos cometidos por grupos integristas islámicos.

Otro gran problema del continente africano ha sido la incapacidad de proyectar su voz en los asuntos internacionales. La mayoría de los estados africanos se consideran parte del Tercer Mundo y son miembros de la Organización de Países No-Alineados, a la que consideran un instrumento válido para hacerse oír en el concierto internacional de naciones. Sin embargo, a causa de su falta de poder militar o financiero, las opiniones de los países africanos rara vez son tomadas en cuenta. El fin de la política de segregación racial (apartheid) en Sudáfrica, a principios de la década de los noventa, llevó a la celebración de las primeras elecciones multirraciales en abril de 1994. La transferencia de poder a la mayoría negra de Sudáfrica apunta hacia nuevas formas de poder en África, mientras el siglo XX se acerca a su final.