Revolución Francesa |
La lucha por el poder La disputa entre el Comité de Salvación Pública
y el grupo extremista liderado por Hébert, concluyó con la ejecución de
éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos semanas
después, Robespierre emprendió acciones contra los seguidores de Danton,
que habían comenzado a solicitar la paz y el fin del reinado del Terror.
Georges-Jacques Danton y sus principales correligionarios fueron
decapitados el 6 de abril. Robespierre perdió el apoyo de muchos miembros
importantes del grupo de los jacobinos —especialmente de aquéllos que
temían por sus propias vidas— a causa de estas represalias masivas
contra los partidarios de ambas facciones. Las victorias de los ejércitos
franceses, entre las que cabe destacar la batalla de Fleurus (Bélgica)
del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos
austriacos, incrementó la confianza del pueblo en el triunfo final. Por
este motivo, comenzó a extenderse el rechazo a las medidas de seguridad
impuestas por Robespierre. El descontento general con el líder del Comité
de Salvación Pública no tardó en transformarse en una auténtica
conspiración. Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores
fueron apresados el 27 de julio de 1794 (el 9 de termidor del año III según
el calendario republicano) y decapitados al día siguiente. Se considera
que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República de
la Virtud. La Convención Nacional estuvo controlada
hasta finales de 1794 por el 'grupo termidoriano' que derrocó a
Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los clubes
jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios
y revocados varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por
el cual el Estado fijaba los salarios y precios de los productos. Después
de que la Convención volviera a estar dominada por los girondinos, el
conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento
reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios
tumultos, en los que el pueblo reclamaba alimentos, y manifestaciones de
protesta que se extendieron a otros lugares de Francia. Estas rebeliones
fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias contra los jacobinos y
sans-culottes que los protagonizaron. La moral de los ejércitos franceses
permaneció inalterable ante los acontecimientos ocurridos en el interior.
Durante el invierno de 1794-1795, las fuerzas francesas dirigidas por el
general Charles Pichegru invadieron los Países Bajos austriacos, ocuparon
las Provincias Unidas instituyendo la República Bátava y vencieron a las
tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de derrotas provocó la
desintegración de la coalición antifrancesa. Prusia y varios estados
alemanes firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea
el 5 de abril de 1795; España también se retiró de la guerra el 22 de
julio, con lo que las únicas naciones que seguían en lucha con Francia
eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se produjo ningún
cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de
este conflicto se inició con las Guerras Napoleónicas. Se restableció la paz en las fronteras, y
un ejército invasor formado por émigrés fue derrotado en Bretaña
en el mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una
nueva Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795.
La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio,
formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería
ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos
(250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El mandato de un director y
de un tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de
1797, y el derecho al sufragio quedaba limitado a los contribuyentes que
pudieran acreditar un año de residencia en su distrito electoral. La
nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el
distanciamiento de la democracia defendida por los jacobinos. Este régimen
no consiguió establecer un medio para impedir que el órgano ejecutivo
entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que provocó
constantes luchas por el poder entre los miembros del gobierno, sucesivos
golpes de Estado y fue la causa de la ineficacia en la dirección de los
asuntos del país. Sin embargo, la Convención Nacional, que seguía
siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a los
jacobinos, tomó precauciones para evitar la restauración de la monarquía.
Promulgó un decreto especial que establecía que los primeros directores
y dos tercios del cuerpo legislativo habían de ser elegidos entre los
miembros de la Convención. Los monárquicos parisinos reaccionaron
violentamente contra este decreto y organizaron una insurrección el 5 de
octubre de 1795. Este levantamiento fue reprimido con rapidez por las
tropas mandadas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos
revolucionarios de escaso renombre, que más tarde sería emperador de
Francia con el nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la Convención
concluyó el 26 de octubre y el nuevo gobierno formado de acuerdo con la
Constitución entró en funciones el 2 de noviembre. Desde sus primeros momentos, el Directorio
tropezó con diversas dificultades, a pesar de la gran labor que
realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand-Perigord y Joseph
Fouché. Muchos de estos problemas surgieron a causa de los defectos
estructurales inherentes al aparato de gobierno; otros, por la confusión
económica y política generada por el triunfo del conservadurismo. El
Directorio heredó una grave crisis financiera, que se vio agravada por la
depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor). Aunque la
mayoría de los líderes jacobinos habían fallecido, se encontraban en el
extranjero u ocultos, su espíritu pervivía aún entre las clases bajas.
En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus miembros hacían campaña
abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las agrupaciones
políticas burguesas, decididas a conservar su situación de predominio en
Francia, por la que tanto habían luchado, no tardaron en apreciar las
ventajas que representaba reconducir la energía desatada por la población
durante la Revolución hacia fines militares. Existían aún asuntos
pendientes que resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el
absolutismo, que por naturaleza representaba una amenaza para la Revolución,
continuaba dominando la mayor parte de Europa.
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