Francisco (Pancho) Villa

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Villa fue un hombre de origen humilde con una precaria o casi nula educación, quien, después de experimentar en carne propia los abusos del porfiriato y la condicionalidad de la justicia, decidió tomar ésta en sus manos.

Ejerció diversos oficios: fue campesino, vaquero, ladrón y comerciante de ganado, carnicero, etcétera. Tuvo contacto directo con el pueblo; viajó y conoció el territorio norte del país y, al iniciarse la lucha maderista, Abraham González , lo convenció para unirse a la misma, junto con Pascual Orozco. A partir de 1910 se convirtió en defensor del pueblo y de sus tradicionales demandas . Al principio adoptó las ideologías y planes de otros, pero cuando tuvo la fuerza en sus manos empezó a poner en práctica lo que había reclamado y predicado: la justicia social. Se valió para ello de la única forma que conocía y al fin resultaría eficaz: la violencia. 

Durante la convención Revolucionaria de 1914-1915, gracias a los villistas y zapatistas  México conoció en detalle y en discusiones francas los verdaderos problemas nacionales,  representados por sus por sus más auténticos grupos populares. Las resoluciones de la convención llegaron tarde y los campesinos tenían en sus manos pocas posibilidades de éxito. Sin embargo, muchos de los propósitos fueron apropiados por los carrancistas y aparecerían luego en la nueva constitución de 1917. Los constitucionalistas, vencedores en todos los terrenos, harían aparecer entonces a los villistas y a los zapatistas como reaccionarios y rebeldes. A partir de 1915, debido a los virajes de la política nacional, tanto Villa como Zapata aparecen como forajidos; Villa, con su ejercito de campesinos, reforma el campo de donde salió, y se constituye en guerrillero, volviendo a surgir su personalidad de bandido social. Nace entonces la leyenda de sus crueles y salvajes ataques al enemigo;  pero en este empeño desmedido por presentar lo negativo de Villa, los historiadores de los vencedores se olvidan de que el hombre que manejó millones murió casi en la pobreza, salvo la hacienda de canutillo que el gobierno le entregó al firmar la paz. Hoy día, los viejos revolucionarios villistas siguen en una situación precaria, y las causas que tanto defendieron y los propósitos de beneficio social para las grandes masas de campesinos despojados y desarraigados pocas veces les favorecieron. Parece paradójico que aunque la historia contemporánea de la revolución reconozca la importancia de estos soldados campesinos y el papel decisivo que desempeñaron en la lucha revolucionaria, su situación socioeconómica no haya mejorado apenas.  Villa, el personaje controvertido de la historia, condenado durante tanto tiempo por la historia oficial, recientemente ha sido incluído en la lista de héroes que hicieron la Revolución, pero tanto él como Zapata quienes por destino y razón histórica siempre van unidos, aparecen nombrados después de otros revolucionarios que hicieron triunfar el movimiento político dejando en segunda instancia el propósito de cambio y beneficio social en favor del pueblo.

La historia escrita sobre México ha sido tradicionalmente la que refiere acontecimientos políticos y militares. La historia que los mexicanos aprenden es la que escribieron los triunfadores, es decir, una historia que se caracteriza por la manipulación de conceptos en relación a lo bueno y lo malo y por la descripción de las circunstancias que rodean los hechos descritos, presentando siempre la versión de los vencedores, frente a la imagen misteriosa, turbia y hasta desconocida de los vencidos. Es una historia de héroes o traidores en la que los derrotados aparecen siempre como figuras negativas. A esta característica reprobable y enajenante de por sí no se escapa la personalidad histórica de Francisco Villa.

 La historia de la Revolución mexicana escrita por los triunfadores, los carrancistas, ha presentado por tradición a un Villa ignorante, bandolero, indisciplinado, sanguinario y oportunista, que se incorporó a la lucha revolucionaria de manera accidental y nunca tuvo una ideología que sirviese como bandera a su movimiento. 

El nombre de Villa fue eliminado por muchos años de los escritos que contaban las glorias de la lucha armada; había sido un jefe esporádico, sin gran trascendencia, con ignorancia y brutalidad condenables, que tuvo que ser eventualmente controlado por los constitucionalistas, condenándose él mismo a una situación de paria, frente al "gobierno revolucionario" formalmente constituído.

Sin embargo, la historia debe ver también la otra cara de la moneda. Villa y Zapata fueron quienes llevaron a efecto " la otra revolución", la lucha del pueblo, generada en su protesta por la situación existente de desigualdad e injusticia. Situación que al parecer poco preocupó a hombres como Madero en su plan de San Luis, y mucho menos Carranza,  quien no hacía referencia a los grandes problemas sociales del país al levantarse en armas con su plan de Guadalupe.

La figura histórica de Villa muestra aún hoy día una serie de categorías controvertidas, que van desde el relato de sus gestas heróicas como militar hasta los ataques a poblaciones civiles, razón por la cual el gobierno tuvo que organizar las llamadas "defensas sociales". No obstante, cabría preguntarse por qué esa historia de vencedores se ha empeñado en desvirtuar y olvidarse de referir voluntariamente al Villa luchador social y defensor del campesino mexicano.  Históricamente se ha condenado al Villismo como un movimiento espurio, sin ninguna ideología, surgido del oportunismo, y con el propósito fundamental de una desmedia ambición del poder de "Centauro del Norte". Sin embargo, éste habría de probar más adelante, al entrar junto con Zapata en la ciudad de México,  protegiendo al gobierno de la convención, que su interés no era el poder, sino las posibilidades de beneficio común para el pueblo. 

Al llegar a Chihuahua demostró su capacidad organizadora, restableció el orden, abarató los productos de primera necesidad, abrió el instituto científico y literario, condonó contribuciones atrasadas, emitió papel moneda, y de manera especial se ocupó de la elaboración de un decreto de importancia básica, tanto para su ejército, su administración y su programa de acción, como para la gente de los territorios que controlaba. El decreto hablaba de la confiscación de la tierra y las propiedades que habían pertenecido a la gente más rica y poderosa de Chihuahua. Señalaba también que el dinero obtenido en la venta de  las tierras confiscadas iría al tesoro público para pagar pensiones a las viudas y huérfanos de los soldados que habían muerto durante la Revolución. Asimismo, se estipulaba la forma de distribución de las tierras confiscadas, según la cual una parte sería entregada a sus nuevos propietarios, al terminar la revolución; otra a los antiguos propietarios que hubieran sufrido despojos por parte de los hacendados y una última se pondría a disposición del estado, con cuya venta se pagarían las pensiones. Se señalaba, incluso, que hasta el preciso momento en que la revolución llegase a conseguir su victoria total y definitiva, las tierras cultivables sería administradas por una representación del estado. 

Este decreto en la práctica tomó directrices diferentes. Una parte de las haciendas confiscadas fue administradas directamente por algunos de los jefes militares, los cuales enviaban una fracción de las ganancias a las altas autoridades del ejército villista. 

La otra parte quedó bajo el control de instituciones estatales que eran bastante variables,  tanto en su representación como en su carácter a mediados de 1914, cuando ya Villa había puesto la gobernatura en manos del general Manuel Chao, se organizó una comisión especial bajo el control de Silvestre Terrazas, llamada Administarción General de Confiscaciones del Estado de Chihuahua, con la cual a partir de esta época se lograron mejorías reales en beneficio de los campesinos pobres. Se trató de aliviar también la situación de marginalidad en que se encontraban los indios tarahumaras de los campesinos de las serranías. No obstante existen dudas sobre si se mejoró la posición de los campesinos en el territorio ocupado por los villistas o si únicamente las haciendas confiscadas pasaron de manos de los viejos terratenientes a la de los generales villistas.  

Gran parte de los beneficios obtenidos fue empleada para fines militares. Se aprovechó la aproximidad geográfica con los Estados Unidos para la compra de armamento convirtiendo a la división del norte en el ejército revolucionario mejor equipado. Otra parte se dedicó a la acción social, aunque de manera esporádica, desorganizada y dependiente de las actitudes de Villa. 

 Las diferencias entre Venustiano Carranza y Francisco Villa tuvieron su origen en el momento en que este último se unió al constitucionalismo. La invitación que se le hizo de abrazar la causa marcó la primera discrepancia, ya que Villa se negó a quedar militarmente a las órdenes del coronel Alvaro Obregón, e indicó que sólo acataria órdes de la primera jefatura. Carranza, que necesitaba su apoyo, se vio obligado a aceptar esta condición,  aunque no de buen grado. 

 La revolución constitucionalista tuvo grandes problemas, pero quizás el de mayor trascendencia fue el anarquismo militar. Caso muy especial era el de Pancho Villa, que se movía a placer por los estados con su famosa División del norte. 

Sus impresionantes victorias lo llevaron a constituirse en el amo de ambos estados.  Cuando Venustiano Carranza vistió Torreón, a su paso para Sonora, sintió la frialdad con lo recibian, tanto en la tropa como el mando de la corporación. 

Sin embargo, el rompimiento de la subordinación surgió cuando Carranza ordenó el ataque a Zacatecas y que concluyó con la victoria villista.  La rebeldía sureña estaba basada en la exigencia de la completa observancia de su Plan de Ayala, pero los representantes de Carranza no tenían facultades para ejecutar negociaciones en tales términos, por lo que las pláticas se suspendieron sin que se llegara a ningún acuerdo. Las demandas de Emiliano Zapata, que estaba asesorado por el licenciado Antonio Díaz Soto y Gama y los militares Manuel Palafox y Alfredo Serratos,  fracasaron ante las limitaciones resolutivas del licenciado Luis Cabrera y el general  Antonio I. Villareal. Los carrancistas regresaron con una sola confirmación: La no asistencia de representantes del Ejército del Sur a las juntas próximas a convocarse. 

En los primeros días de septiembre despachó a las columnas constitucionalistas la convocatoria para la junta de generales, Gobernadores y Jefes con mando de tropa que se celebrarían en la ciudad de México el día primero de octubre a fin de tratar lo relativo al restablecimiento constitucional, así como las disposiciones de orden militar. A pesar del evidente rompimiento entre Villa y Carranza, Obregón fue comisionado por el primer jefe para pasar personalmente a Villa la invitación a la junta que había de celebrarse. Por fin en un ambiente de intranquilidad y preocupación, las sesiones se iniciaron en el edificio de la Cámara de Diputados a las cuatro de la tarde de la fecha programada, con asistencia de 79 delegados, todos ellos carransistas y, tal como se esperaba, sin las representaciones de la División del Norte, del Ejército del Sur y el gobernador de Sonora. El licenciado Luis Cabrera, en su calidad de Presidente de debates, declaró formalmente abiertas las sesiones de la convención revolucionaria en la ciudad de México. Se discutió lo relativo al traslado a Aguascalientes. Lucio Blanco aclaró que no se trataba de una decisión de Villa y Obregón, sino de una idea que había surgido en el seno de la División del Norte. Mucho se discutió también, entre civiles y militares, quienes asistirían . Intervenciones se tornaron agresivas. Obregón, molesto, contestó a Cabrera que había concertado un pacto de honor con Pancho Villa y sus generales, y que por tal motivo no irían los civiles a Aguascalientes,  pero los civiles insistieron en sus pretensiones. Se suspendió la sesión sin que llegara a ningún acuerdo. A pesar del cambio, Carranza y Villa se mostraban desconfiados y se vigilaban mutuamente. Por lo pronto, las fuerzas villistas, sin autorización, se movieron hasta Guadalupe, Zacatecas, lugar próximo a Aguascalientes, lo que motivó que Carranza ordenara al general Pablo González que marchara con toda prontitud a San Francisco del Rincón, Guanajuato, con la intención de no conceder mayor libertad de acción al casi ineludible enemigo.