JORNADA TERCERA

Sale BATRICIO, pensativo
BATRICIO.     Celos, reloj de cuidados
que a todas las horas dais
tormentos con que matáis,
aunque dais desconcertados;
    celos, del vivir desprecios,
con que ignorancias hacéis,
pues todo lo que tenéis
de ricos tenéis de necios,
    dejadme de atormentar,
pues es cosa tan sabida
que cuando amor me da vida
la muerte me queréis dar.
    ¿Qué me queréis, caballero,
que me atormentáis ansí?
Bien dije cuando le vi
en mis bodas, «¡Mal agüero!»
    ¿No es bueno que se sentó
a cenar con mi mujer
y a mí en el plato meter
la mano no me dejó?
    Pues cada vez que quería
metella la desviaba,
diciendo a cuanto tomaba,
«¡Grosería, grosería!»
Pues llegándome a quejar
a algunos, me respondían
y con risa me decían:
«No tenéis de qué os quejar,
    eso no es cosa que importe;
no tenéis de qué temer;
callad, que debe de ser
uso de allá de la corte.»
¡Buen uso, trato extremado!
¡Más no se usara en Sodoma!
¡Que otro con la novia coma,
y que ayune el desposado!
Pues el otro bellacón
a cuanto comer quería,
«¿Esto no come?», decía;
«No tenéis, señor, razón»,
    y de delante al momento
me lo quitaba. Corrido
estó; bien sé yo que ha sido
culebra y no casamiento.
    Ya no se puede sufrir
ni entre cristianos pasar,
y acabando de cenar
con los dos, ¿mas que a dormir
se ha de ir también, si porfía,
con nosotros, y ha de ser
el llegar yo a mi mujer,
«Grosería, grosería»?
    Ya viene, no me resisto;
aquí me quiero esconder;
pero ya no puede ser,
que imagino que me ha visto.
Sale D. JUAN. TENORIO
D. JUAN. Batricio...
BATRICIO. Batricio... Su señoría,
¿qué manda?
D. JUAN.     Haceros saber...
BATRICIO. [Ap.] (¿Mas que ha de venir a ser
alguna desdicha mía?)
D. JUAN. ... que ha muchos días, Batricio,
que a Aminta el alma di,
y he gozado...
BATRICIO.     ¿Su honor?
D. JUAN.                         Sí.
BATRICIO. [Ap.] (Manifiesto y claro indicio
    de lo que he llegado a ver,
que si bien no le quisiera,
nunca a su casa viniera.
Al fin, al fin es mujer.)
D. JUAN.     Al fin, Aminta, celosa,
o quizá desesperada
de verse de mí olvidada
y de ajeno dueño esposa,
    esta carta me escribió
enviándome a llamar,
y yo prometí gozar
lo que el alma prometió.
    Esto pasa de esta suerte.
Dad a vuestra vida un medio,
que le daré sin remedio
a quien lo impida, la muerte.
BATRICIO.     Si tú en mi elección lo pones
tu gusto pretendo hacer,
que el honor y la mujer
son males en opiniones.
    La mujer en opinión
siempre más pierde que gana,
que son como la campana,
que se estima por el son.
    Y así es cosa averiguada
que opinión viene a perder,
cuando cualquiera mujer
suena a campana quebrada.
    No quiero, pues me reduces
el bien que mi amor ordena,
mujer entre mala y buena,
que es moneda entre dos luces.
    Gózala, señor, mil años,
que yo quiero resistir,
desengañar y morir,
y no vivir con engaños. (Vase.)
D. JUAN.     Con el honor le vencí,
porque siempre los villanos
tienen su honor en las manos
y siempre miran por sí.
    Que por tantas variedades
es bien que se entienda y crea
que el honor se fue al aldea
huyendo de las ciudades.
    Pero antes de hacer el daño
le pretendo reparar;
a su padre voy a hablar
para autorizar mi engaño.
    Bien lo supe negociar;
gozarla esta noche espero.
La noche camina, y quiero
su viejo padre llamar.
    Estrellas que me alumbráis,
dadme en este engaño suerte,
si el galardón en la muerte
tan largo me lo guardáis. (Vase.)
Sale AMINTA y BELISA
BELISA.     Mira que vendrá tu esposo;
entra a desnudarte, Aminta.
AMINTA. De estas infelices bodas
no sé qué siento, Belisa.
Todo hoy mi Batricio ha estado
bañado en melancolía,
todo en confusión y celos;
¡mirad qué grande desdicha!
Di, ¿qué caballero es éste
que de mi esposo me priva?
La desvergüenza en España
se ha hecho caballería.
Déjame, que estoy sin seso;
déjame, que estoy corrida.
¡Mal hubiese el caballero
que mis contentos me priva!
BELISA. Calla, que pienso que viene;
que nadie en la casa pisa
de un desposado, tan recio.
AMINTA. Queda a Dios, Belisa mía.
BELISA. Desenójale en los brazos.
AMINTA. ¡Plega a los cielos que sirvan
mis suspiros de requiebros,
mis lágrimas de caricias! (Vanse.)
Sale D. JUAN., CATALINÓN, GASENO
D. JUAN. Gaseno, quedad con Dios.
GASENO. Acompañaros querría,
por dalle de esta ventura
el parabién a mi hija.
D. JUAN. Tiempo mañana nos queda.
GASENO. Bien decís; el alma mía
en la muchacha os ofrezco. [ Vase.]
D. JUAN. Mi esposa, decid. Ensilla,
Catalinón.
CATALINÓN.               ¿Para cuándo?
D. JUAN. Para el alba, que de risa
muerta ha de salir mañana
deste engaño.
CATALINÓN.                    Allá en Lebrija,
señor, nos está aguardando
otra boda. Por tu vida,
que despaches presto en ésta.
D. JUAN. La burla más escogida
de todas ha de ser ésta.
CATALINÓN. Que saliésemos querría
de todas bien.
D. JUAN.                    Si es mi padre
el dueño de la justicia
y es la privanza del rey,
¿qué temes?
CATALINÓN.                    De los que privan
suele Dios tomar venganza,
si delitos no castigan,
y se suelen en el juego
perder también los que miran.
Yo he sido mirón del tuyo,
y por mirón no querría
que me cogiese algún rayo
y me trocase en ceniza.
D. JUAN. Vete, ensilla; que mañana
he de dormir en Sevilla.
CATALINÓN. ¿En Sevilla?
D. JUAN.                  Sí.
CATALINÓN.                       ¿Qué dices?
Mira lo que has hecho y mira
que hasta la muerte, señor,
es corta la mayor vida,
y que hay tras la muerte infierno.
D. JUAN. Si tan largo me lo fías,
vengan engaños.
CATALINÓN.                          Señor...
D. JUAN. Vete, que ya me amohínas
con tus temores extraños.
CATALINÓN. Fuerza al turco, fuerza al scita,
al persa y al caramanto,
al gallego, al troglodita,
al alemán y al japón,
al sastre con la agujita
de oro en la mano, imitando
contino a la Blanca niña. (Vase)
D. JUAN. La noche en negro silencio
se extiende, y ya las cabrillas
entre racimos de estrellas
el polo más alto pisan.
Yo quiero poner mi engaño
por obra. El amor me guía
a mi inclinación, de quien
no hay hombre que se resista.
Quiero llegar a la cama.
¡Aminta!
Sale AMINTA como que está acostada
AMINTA.              ¿Quién llama a Aminta?
¿Es mi Batricio?
D. JUAN.                         No soy
tu Batricio.
AMINTA.                 Pues, ¿quién?
D. JUAN.                                      Mira
de espacio, Aminta, quién soy.
AMINTA. ¡Ay de mí! ¡Yo soy perdida!
¿En mi aposento a estas horas?
D. JUAN. Estas son las horas mías.
AMINTA. Volveos, que daré voces.
No excedáis la cortesía
que a mi Batricio se debe.
Ved que hay romanas Emilias
en Dos Hermanas también,
y hay Lucrecias vengativas.
D. JUAN. Escúchame dos palabras,
y esconde de las mejillas
en el corazón la grana,
por ti más preciosa y rica.
AMINTA. Vete, que vendrá mi esposo.
D. JUAN. Yo lo soy. ¿De qué te admiras?
AMINTA. ¿Desde cuándo?
D. JUAN.                          Desde agora.
AMINTA. ¿Quién lo ha tratado?
D. JUAN.                                 Mi dicha.
AMINTA. ¿Y quién nos casó?
D. JUAN.                                Tus ojos.
AMINTA. ¿Con qué poder?
D. JUAN.                         Con la vista.
AMINTA. ¿Sábelo Batricio?
D. JUAN.                             Sí;
que te olvida.
AMINTA.                   ¿Que me olvida?
D. JUAN. Sí; que yo te adoro.
AMINTA.                          ¿Cómo?
D. JUAN. Con mis dos brazos.
AMINTA.                              Desvía.
D. JUAN. ¿Cómo puedo, si es verdad
que muero?
AMINTA.                ¡Qué gran mentira!
D. JUAN. Aminta, escucha y sabrás,
si quieres que te lo diga,
la verdad; que las mujeres
sois de verdades amigas.
Yo soy noble caballero,
cabeza de la familia
de los Tenorios, antiguos
ganadores de Sevilla.
Mi padre, después del rey,
se reverencia y estima,
y en la corte, de sus labios
pende la muerte o la vida.
Corriendo el camino acaso,
llegué a verte; que amor guía
tal vez las cosas de suerte,
que él mismo dellas se admira.
Vite, adoréte, abraséme
tanto, que tu amor me anima
a que contigo me case;
mira qué acción tan precisa.
Y aunque lo mormure el reino,
y aunque el rey lo contradiga,
y aunque mi padre enojado
con amenazas lo impida,
tu esposo tengo de ser.
¿Qué dices?
AMINTA.                     No sé qué diga;
que se encubren tus verdades
con retóricas mentiras.
Porque si estoy desposada,
como es cosa conocida,
con Batricio, el matrimonio
no se absuelve aunque él desista.
D. JUAN. En no siendo consumado,
por engaño o por malicia
puede anularse.
AMINTA.                          En Batricio
todo fue verdad sencilla.
D. JUAN. Ahora bien; dame esa mano,
y esta voluntad confirma
con ella.
AMINTA.               ¿Que no me engañas?
D. JUAN. Mío el engaño sería.
AMINTA. Pues jura que cumplirás
la palabra prometida.
D. JUAN. Juro a esta mano, señora,
infierno de nieve fría,
de cumplirte la palabra.
AMINTA. Jura a Dios que te maldiga
si no la cumples.
D. JUAN.                           Si acaso
la palabra y la fe mía
te faltare, ruego a Dios
que a traición y alevosía
me dé muerte un hombre... (muerto;
que vivo, ¡Dios no permita!).
AMINTA. Pues con ese juramento
soy tu esposa.
D. JUAN.     El alma mía
entre los brazos te ofrezco.
AMINTA. Tuya es el alma y la vida.
D. JUAN. ¡Ay, Aminta de mis ojos!
Mañana sobre virillas
de tersa plata estrellada
con clavos de oro de Tíbar
pondrás los hermosos pies,
y en prisión de gargantillas
la alabastrina garganta,
y los dedos en sortijas,
en cuyo engaste parezcan
trasparentes perlas finas.
AMINTA. A tu voluntad, esposo,
la mía desde hoy se inclina;
tuya soy.
D. JUAN. [Ap.] (¡Qué mal conoces
al burlador de Sevilla!) (Vanse.)
Sale ISABELA y FABIO, de camino
ISABELA.     ¡Que me robase el dueño,
la prenda que estimaba y más quería!
¡Oh riguroso empeño
de la verdad! ¡Oh máscara del día!
¡Noche al fin, tenebrosa,
antípoda del sol, del sueño esposa!
FABIO.     ¿De qué sirve, Isabela,
la tristeza en el alma y en los ojos,
si amor todo es cautela,
y en campos de desdenes causa enojos,
si el que se ríe agora
en breve espacio desventuras llora?
    El mar está alterado
y en grave temporal; tiempo se corre.
El abrigo han tomado
las galeras, duquesa, de la torre
que esta playa corona.
ISABELA. ¿Dónde estamos ahora?
FABIO.                                     En Tarragona.
    De aquí a poco espacio
daremos en Valencia, ciudad bella,
del mismo sol palacio.
Divertiráste algunos días en ella,
y después a Sevilla
irás a ver la octava maravilla.
    Que si a Octavio perdiste,
más galán es don Juan, y de notorio
solar. ¿De qué estás triste?
Conde dicen que es ya don Juan Tenorio;
el rey con él te casa,
y el padre es la privanza de su casa.
ISABELA.     No nace mi tristeza
de ser esposa de don Juan, que el mundo
conoce su nobleza;
en la esparcida voz mi agravio fundo;
que esta opinión perdida
es de llorar mientras tuviere vida.
FABIO.     Allí una pescadora
tiernamente suspira y se lamenta,
y dulcemente llora.
Acá viene, sin duda, y verte intenta.
Mientras llamo tu gente,
lamentaréis las dos más dulcemente.
Vase FABIO y sale TISBEA
TISBEA.     Robusto mar de España,
ondas de fuego, fugitivas ondas,
Troya de mi cabaña,
que ya el fuego, por mares y por ondas,
en sus abismos fragua,
y el mar forma, por las llamas, agua.
    ¡Maldito el leño sea
que a tu amargo cristal halló camino,
antojo de Medea,
tu cáñamo primero o primer lino,
aspado de los vientos
para telas de engaños e instrumentos!
ISABELA.     ¿Por qué del mar te quejas
tan tiernamente, hermosa pescadora?
TISBEA. Al mar formo mil quejas.
¡Dichosa vos, que en su tormento, agora
dél os estáis riendo!
ISABELA. También quejas del mar estoy haciendo.
    ¿De dónde sois?
TISBEA.                            De aquellas
cabañas que miráis del viento heridas
tan vitorioso entre ellas,
cuyas pobres paredes desparcidas
van en pedazos graves,
dando en mil grietas nidos a las aves.
    En sus pajas me dieron
corazón de fortísimo diamante;
mas las obras me hicieron,
deste monstruo que ves tan arrogante,
ablandarme de suerte,
que al sol la cera es más robusta y fuerte.
    ¿Sois vos la Europa hermosa
que esos toros os llevan?
ISABELA.                                        A Sevilla
llévanme a ser esposa
contra mi voluntad.
TISBEA.                          Si mi mancilla
a lástima os provoca,
y si injurias del mar os tienen loca,
    en vuestra compañía
para serviros como humilde esclava
me llevad; que querría,
si el dolor o la afrenta no me acaba,
pedir al rey justicia
de un engaño cruel, de una malicia.
    Del agua derrotado,
a esta tierra llegó don Juan Tenorio,
difunto y anegado;
amparéle, hospedéle en tan notorio
peligro, y el vil güésped
víbora fue a mi planta en tierno césped.
    Con palabra de esposo,
la que de esta costa burla hacía
se rindió al engañoso;
¡mal haya la mujer que en hombres fía!
Fuese al fin, y dejóme;
mira si es justo que venganza tome.
ISABELA.     ¡Calla, mujer maldita!
Vete de mi presencia, que me has muerto.
Mas si el dolor te incita,
no tienes culpa tú. Prosigue ¿es cierto?
TISBEA. Tan claro es como el día.
ISABELA. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
    Pero sin duda el cielo
a ver estas cabañas me ha traído,
y de ti mi consuelo
en tan grave pasión ha renacido
para venganza mía.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
TISBEA.     Que me llevéis os ruego
con vos, señora, a mí y a un viejo padre,
porque de aqueste fuego
la venganza me dé que más me cuadre,
y al rey pida justicia
deste engaño y traición, desta malicia.
    Anfriso, en cuyos brazos
me pensé ver en tálamo dichoso,
dándole eternos lazos,
conmigo ha de ir, que quiere ser mi esposo.
Ven en mi compañía.
TISBEA.     ¡Mal haya la mujer que en hombres fía! (Vanse.)
Sale D. JUAN. y CATALINÓN
CATALINÓN.     Todo en mal estado está.
D. JUAN. ¿Cómo?
CATALINÓN.               Que Octavio ha sabido
la traición de Italia ya,
y el de la Mota ofendido
de ti justas quejas da,
    y dice que fue el recaudo
que de su prima le diste
fingido y disimulado,
y con su capa emprendiste
la traición que le ha infamado.
    Dice que viene Isabela
a que seas su marido,
y dicen...
D. JUAN.                ¡Calla!
CATALINÓN.                           Una muela
en la boca me has rompido.
D. JUAN. Hablador, ¿quién te revela
    tanto disparate junto?
CATALINÓN. ¡Disparate, disparate!
Verdades son.
D. JUAN.                      No pregunto
si lo son. Cuando me mate
Octavio, ¿estoy yo difunto?
    ¿No tengo manos también?
¿Dónde me tienes posada?
CATALINÓN. En calle oculta.
D. JUAN.                        Está bien.
CATALINÓN. La iglesia es tierra sagrada.
D. JUAN. Di que de día me den
    en ella la muerte. ¿Viste
al novio de Dos Hermanas?
CATALINÓN. También le vi ansiado y triste.
D. JUAN. Aminta estas dos semanas
no ha de caer en el chiste.
CATALINÓN.     Tan bien engañada está,
que se llama doña Aminta.
D. JUAN. ¡Graciosa burla será!
CATALINÓN. Graciosa burla y sucinta,
mas siempre la llorará.
Descúbrese un sepulcro de D. GONZALO DE ULLOA
D. JUAN.     ¿Qué sepulcro es éste?
CATALINÓN.                                         Aquí
don Gonzalo está enterrado.
D. JUAN. Éste es el que muerte di.
¡Gran sepulcro le han labrado!
CATALINÓN. Ordenólo el rey ansí.
    ¿Cómo dice este letrero?
D. JUAN. «Aquí aguarda del Señor,
el más leal caballero,
la venganza de un traidor.»
Del mote reírme quiero.
    ¿Y habéisos vos de vengar,
buen viejo, barbas de piedra?
CATALINÓN. No se las podrás pelar;
que en barbas muy fuertes medra.
D. JUAN. Aquesta noche a cenar
    os aguardo en mi posada.
Allí el desafío haremos,
si la venganza os agrada;
aunque mal reñir podremos,
si es de piedra vuestra espada.
CATALINÓN. Ya, señor, ha anochecido;
vámonos a recoger.
D. JUAN. Larga esta venganza ha sido,
si es que vos la habéis de hacer;
importa no estar dormido,
    que si a la muerte aguardáis
la venganza, la esperanza
agora es bien que perdáis,
pues vuestro enojo y venganza
tan largo me lo fiáis.
Vanse, y ponen la mesa dos CRIADOS
CRIADO 1.º     Quiero apercebir la cena,
que vendrá a cenar don Juan.
[CRIADO] 2.º Puestas las mesas están.
¡Qué flema tiene si empieza!
    Ya tarda como solía
mi señor; no me contenta;
la bebida se calienta
y la comida se enfría.
    Mas, ¿quién a don Juan ordena
esta desorden?
Entra D. JUAN. y CATALINÓN
D. JUAN.                        ¿Cerraste?
CATALINÓN. Ya cerré como mandaste.
D. JUAN. ¡Hola! Tráiganme la cena.
[CRIADO] 2.º     Ya está aquí.
D. JUAN.                         Catalinón,
siéntate.
CATALINÓN.             Yo soy amigo
de cenar de espacio.
D. JUAN.                                  Digo
que te sientes.
CATALINÓN.                        La razón
haré.
CRIADO 1.º          También es camino
éste, si come con él.
D. JUAN.. Siéntate. Un golpe dentro.
CATALINÓN.                 Golpe es aquél.
D. JUAN. Que llamaron imagino;
    mira quién es.
[CRIADO]. 2.º                       Voy volando.
CATALINÓN. ¿Si es la justicia, señor?
D. JUAN. Sea, no tengas temor.
Vuelve el CRIADO, huyendo
¿Quién es? ¿De qué estás temblando?
CATALINÓN.     De algún mal da testimonio.
D. JUAN. Mal mi cólera resisto.
Habla, responde, ¿qué has visto?
¿Asombróte algún demonio?
    Ve tú, y mira aquella puerta.
¡Presto, acaba!
CATALINÓN.                        ¿Yo?
D. JUAN.                                Tú, pues.
Acaba, menea los pies.
CATALINÓN. A mi agüela hallaron muerta
    como racimo colgada,
y desde entonces se suena
que anda siempre su alma en pena.
Tanto golpe no me agrada.
D. JUAN.     Acaba.
CATALINÓN.                 Señor, si sabes
que soy un Catalinón...
D. JUAN. Acaba.
CATALINÓN.             ¡Fuerte ocasión!
DON JUAN. ¿No vas?
CATALINÓN.                 ¿Quién tiene las llaves
de la puerta?
[CRIADO] 2.º                   Con la aldaba
está cerrada no más.
D. JUAN. ¿Qué tienes? ¿Por qué no vas?
CATALINÓN. Hoy Catalinón acaba.
    ¿Mas si las forzadas vienen
a vengarse de los dos?
Llega CATALINÓN a la puerta, y viene corriendo; cae y levántase
D. JUAN. ¿Qué es eso?
CATALINÓN.                       ¡Válgame Dios!
¡Que me matan, que me tienen!
D. JUAN.     ¿Quién te tiene, quién te mata?
¿Qué has visto?
CATALINÓN.                         Señor, yo allí
vide cuando... luego fui...
¿Quién me ase, quién me arrebata?
    Llegué, cuando después ciego,
cuando vile, ¡juro a Dios!...
Habló y dijo, «¿Quién sois vos?»...
respondió... respondí luego...
topé y vide...
D. JUAN.                    ¿A quién?
CATALINÓN.                                    No sé.
D. JUAN. ¡Cómo el vino desatina!
Dame la vela, gallina,
y yo a quién llama veré.
Toma D. JUAN. la vela y llega a la puerta. Sale al encuentro D. GONZALO, en la forma que estaba en el sepulcro, y D. JUAN. se retira atrás turbado, empuñando la espada, y en la otra la velay D. GONZALO hacia él, con pasos menudos, y al compás D. JUAN, retirándose hasta en medio del teatro
D. JUAN. ¿Quién va?
D. GONZALO.                 Yo soy.
D. JUAN.                          ¿Quién sois vos?
D. GONZALO. Soy el caballero honrado
que a cenar has convidado.
D. JUAN. Cena habrá para los dos,
    y si vienen más contigo,
para todos cena habrá.
Ya puesta la mesa está.
Siéntate.
CATALINÓN.            ¡Dios sea conmigo!
¡San Panuncio, San Antón!
Pues, ¿los muertos comen? Di.
Por señas dice que sí.
D. JUAN. Siéntate, Catalinón.
CATALINÓN.     No, señor; yo lo recibo
por cenado.
D. JUAN.                 Es desconcierto.
¡Qué temor tienes a un muerto!
¿Qué hicieras estando vivo?
    ¡Necio y villano temor!
CATALINÓN. Cena con tu convidado;
que yo, señor, ya he cenado.
D. JUAN. ¿He de enojarme?
CATALINÓN.                           Señor,
    ¡vive Dios, que güelo mal!
D. JUAN. Llega; que aguardando estoy.
CATALINÓN. Yo pienso que muerto soy,
y está muerto mi arrabal.
Tiemblan los CRIADOS
D. JUAN.     Y vosotros, ¿qué decís?
¿Qué hacéis? ¡Necio temblar!
CATALINÓN. Nunca quisiera cenar
con gente de otro país.
    ¿Yo, señor, con convidado
de piedra?
D. JUAN.                 ¡Necio temer!
Si es piedra, ¿qué te ha de hacer?
CATALINÓN. Dejarme descalabrado.
D. JUAN.     Háblale con cortesía.
CATALINÓN. ¿Está bueno? ¿Es buena tierra
la otra vida? ¿Es llano o sierra?
¿Prémiase allá la poesía?
CRIADO 1.º     A todo dice que sí,
con la cabeza.
CATALINÓN.                      ¿Hay allá
muchas tabernas? Sí habrá,
si Noé reside allí.
D. JUAN.     ¡Hola! Dadnos de cenar.
CATALINÓN. Señor muerto, ¿allá se bebe
con nieve? Baja la cabeza
                Así, que hay nieve.
¡Buen país!
D. JUAN.                  Si oír cantar
queréis, cantarán. Baja la cabeza
CRIADO 2.º                        Sí, dijo.
D. JUAN. Cantad.
CATALINÓN.              Tiene el seor muerto
buen gusto.
CRIADO 1.º                 Es noble, por cierto,
y amigo de regocijo.
(Cantan dentro.)     Si de mi amor aguardáis,
señora, de aquesta suerte
el galardón en la muerte,
¡qué largo me lo fiáis!
CATALINÓN.     O es sin duda veraniego
el seor muerto, o debe ser
hombre de poco comer.
Temblando al plato me llego.
    Poco beben por allá; (Bebe)
yo beberé por los dos.
Brindis de piedra ¡por Dios!
Menos temor tengo ya.
(Cantan.)     Si ese plazo me convida
para que gozaros pueda,
pues larga vida me queda,
dejad que pase la vida.
    Si de mi amor aguardáis,
señora, de aquesta suerte
el galardón en la muerte,
¡qué largo me lo fiáis!
CATALINÓN.     ¿Con cuál de tantas mujeres
como has burlado, señor,
hablan?
D. JUAN.               De todas me río,
amigo, en esta ocasión.
En Nápoles a Isabela...
CATALINÓN. Esa, señor, ya no es hoy
burlada, porque se casa
contigo, como es razón.
Burlaste a la pescadora
que del mar te redimió,
pagándole el hospedaje
en moneda de rigor.
Burlaste a doña Ana...
D. JUAN.                                   Calla;
que hay parte aquí que lastó
por ella, y vengarse aguarda.
CATALINÓN. Hombre es de mucho valor;
qué el es piedra, tú eres carne.
No es buena resolución.
Hace señas que se quite la mesa y queden solos
D. JUAN. ¡Hola! Quitad esa mesa;
que hace señas que los dos
nos quedemos, y se vayan
los demás.
CATALINÓN.                 ¡Malo, por Dios!
No te quedes, porque hay muerto
que mata de un mojicón
a un gigante.
D. JUAN.                   Salíos todos.
¡A ser yo Catalinón...!
Vete, que viene.
Vanse, y quedan los dos solos, y hace señas que cierre la puerta
                       La puerta
ya está cerrada. Ya estoy
aguardando. Di, ¿qué quieres,
sombra o fantasma o visión?
Si andas en pena, o si aguardas
alguna satisfación
para tu remedio, dilo;
que mi palabra te doy
de hacer lo que ordenares.
¿Estás gozando de Dios?
¿Dite la muerte en pecado?
Habla, que suspenso estoy.
Paso, como cosa del otro mundo
D. GONZALO. ¿Cumplirásme una palabra
como caballero?
D. JUAN.                          Honor
tengo, y las palabras cumplo,
porque caballero soy.
D. GONZALO. Dame esa mano; no temas.
D. JUAN. ¿Eso dices? ¿Yo, temor?
Si fueras el mismo infierno,
la mano te diera yo. Dale la mano
D. GONZALO. Bajo esta palabra y mano
mañana a las diez estoy
para cenar aguardando.
¿Irás?
D. JUAN.           Empresa mayor
entendí que me pedías.
Mañana tu güésped soy.
¿Dónde he de ir?
D. GONZALO.                           A mi capilla.
D. JUAN. ¿Iré solo?
D. GONZALO.               No, los dos;
y cúmpleme la palabra
como la he cumplido yo.
D. JUAN. Digo que la cumpliré;
que soy Tenorio.
D. GONZALO.                         Yo soy
Ulloa.
D. JUAN.         Yo iré sin falta.
D. GONZALO. Yo lo creo. Adiós. (Va a la puerta.)
D. JUAN.                            Adiós.
Aguarda, iréte alumbrando.
D. GONZALO. No alumbres, que en gracia estoy.
Vase muy poco a poco, mirando a D. JUAN., y D. JUAN. a él, hasta que desaparece, y queda D. JUAN. con pavor
D. JUAN. ¡Válgame Dios! Todo el cuerpo
se ha bañado de un sudor,
y dentro de las entrañas
se me yela el corazón.
Cuando me tomó la mano,
de suerte me la apretó,
que un infierno parecía;
jamás vide tal calor.
Un aliento respiraba,
organizando la voz,
tan frío, que parecía
infernal respiración.
Pero todas son ideas
que da a la imaginación;
el temor, y temer muertos
es más villano temor;
que si un cuerpo noble, vivo,
con potencias y razón
y con alma no se teme,
¿quién cuerpos muertos temió?
Mañana iré a la capilla
donde convidado soy,
porque se admire y espante
Sevilla de mi valor. (Vase.)
Sale EL REY, y D. DIEGO TENORIO, y ACOMPAÑAMIENTO
REY. ¿Llegó al fin Isabela?
D. DIEGO.                                Y disgustada.
REY. Pues, ¿no ha tomado bien el casamiento?
D. DIEGO. Siente, señor, el nombre de infamada.
REY. De otra causa procede su tormento.
¿Dónde está?
D. DIEGO.                    En el convento está alojada
de las Descalzas.
REY.                         Salga del convento
luego al punto; que quiero que en palacio
asista con la reina más de espacio.
D. DIEGO.     Si ha de ser con don Juan el desposorio,
manda, señor, que tu presencia vea.
REY. Véame, y galán salga; que notorio
quiero que este placer al mundo sea.
Conde será desde hoy don Juan Tenorio
de Lebrija; él la mande y la posea;
que si Isabela a un duque corresponde,
ya que ha perdido un duque, gane un conde.
D. DIEGO.     Todos por la merced tus pies besamos.
REY. Merecéis mi favor tan dignamente,
que si aquí los servicios ponderamos,
me quedo atrás con el favor presente.
Paréceme, don Diego, que hoy hagamos
las bodas de doña Ana juntamente.
D. DIEGO. ¿Con Octavio?
REY.                      No es bien que el duque Octavio
sea el restaurador de aqueste agravio.
    Doña Ana con la reina me ha pedido
que perdone al marqués, porque doña Ana,
ya que el padre murió, quiere marido;
porque si le perdió, con él le gana.
Iréis con poca gente y sin ruido
luego a hablalle a la fuerza de Triana;
por su satisfación y por su abono
de su agraviada prima, le perdono.
D. DIEGO.     Ya he visto lo que tanto deseaba.
REY. Que esta noche han de ser, podéis decille,
los desposorios.
D. DIEGO.                         Todo en bien se acaba.
Fácil será al marqués el persuadille;
que de su prima amartelado estaba.
REY. También podéis a Octavio prevenille.
Desdichado es el duque con mujeres;
son todas opinión y pareceres.
    Hanme dicho que está muy enojado
con don Juan.
D. DIEGO.             No me espanto, si ha sabido
de don Juan el delito averiguado,
que la causa de tanto daño ha sido.
El duque viene.
REY.                        No dejéis mi lado;
que en el delito sois comprehendido.
Sale el duque OCTAVIO
OCTAVIO. Los pies, invicto rey, me dé tu alteza.
REY. Alzad, duque, y cubrid vuestra cabeza.
    ¿Qué pedís?
OCTAVIO.                        Vengo a pediros,
postrado ante vuestras plantas,
una merced, cosa justa,
digna de serme otorgada.
REY. Duque, como justa sea,
digo que os doy mi palabra
de otorgárosla. Pedid.
OCTAVIO. Ya sabes, señor, por cartas
de tu embajador, y el mundo
por la lengua de la fama
sabe, que don Juan Tenorio,
con española arrogancia,
en Nápoles una noche,
para mí noche tan mala,
con mi nombre profanó
el sagrado de una dama.
REY. No pases más adelante.
Ya supe vuestra desgracia.
En efeto, ¿qué pedís?
OCTAVIO. Licencia que en la campaña
defienda cómo es traidor.
D. DIEGO. ¡Eso no! Su sangre clara
es tan horada...
REY.                          ¡Don Diego!
D. DIEGO. Señor.
OCTAVIO.              ¿Quién eres que hablas
en la presencia del rey
de esa suerte?
D. DIEGO.                        Soy quien calla
porque me lo manda el rey;
que si no, con esta espada
te respondiera.
OCTAVIO.                          Eres viejo.
D. DIEGO. Ya he sido mozo en Italia,
a vuestro pesar, un tiempo;
ya conocieron mi espada
en Nápoles y en Milán.
OCTAVIO. Tienes ya la sangre helada.
No vale «Fui», sino «Soy».
D. DIEGO. Pues fui y soy. (Empuña.)
REY.                       Tened, basta;
bueno está. Callad don Diego;
que a mi persona se guarda
poco respeto. Y vos, duque,
después que las bodas se hagan,
más de espacio hablaréis.
Gentilhombre de mi cámara
es don Juan, y hechura mía,
y de aqueste tronco rama.
Mirad por él.
OCTAVIO.                     Yo lo haré,
gran señor, como lo mandas.
REY. Venid conmigo, don Diego.
D. DIEGO. (¡Ay, hijo, qué mal me pagas
el amor que te he tenido!)
REY. Duque...
OCTAVIO.               Gran señor...
REY.                                   Mañana
vuestras bodas se han de hacer.
OCTAVIO. Háganse, pues tú lo mandas.
Vase el REY, y D. DIEGO, y sale GASENO y AMINTA
GASENO.     Este señor nos dirá
dónde está don Juan Tenorio.
Señor, ¿si está por acá
un don Juan a quien notorio
ya su apellido será?
OCTAVIO. Don Juan Tenorio diréis.
AMINTA. Sí, señor; ese don Juan.
OCTAVIO. Aquí está. ¿Qué le queréis?
AMINTA. Es mi esposo ese galán.
OCTAVIO. ¿Cómo?
AMINTA.                Pues, ¿no lo sabéis,
    siendo del Alcázar vos?
OCTAVIO. No me ha dicho don Juan nada.
GASENO. ¿Es posible?
OCTAVIO.                      Sí, por Dios.
GASENO. Doña Aminta es muy honrada,
cuando se casen los dos,
    que cristiana vieja es
hasta los güesos, y tiene
de la hacienda el interés,
..................................................................
más bien que un conde, un marqués.
    Casóse don Juan con ella,
y quitósela a Batricio.
AMINTA. Decid como fue doncella
a su poder.
GASENO. No es juicio
esto, ni aquesta querella.
OCTAVIO. [Ap.]    (Ésta es burla de don Juan,
y para venganza mía
éstos diciéndola están.)
¿Qué pedís, al fin?
GASENO.                        Querría,
porque los días se van,
    que se hiciese el casamiento,
o querellarme ante el rey.
OCTAVIO. Digo que es justo ese intento.
GASENO. Y razón y justa ley.
OCTAVIO. [Ap.]    (Medida a mi pensamiento
    ha venido la ocasión.)
En el Alcázar tenemos
bodas.
AMINTA.             ¿Si las mías son?
OCTAVIO. Quiero, para que acertemos,
valerme de una invención.
    Venid donde os vestiréis,
señora, a lo cortesano,
y a un cuarto del rey saldréis
conmigo.
AMINTA.               Vos de la mano
a don Juan me llevaréis.
OCTAVIO.     Que desta suerte es cautela.
GASENO. El arbitrio me consuela.
OCTAVIO. [Ap.]    (Estos venganza me dan
de aqueste traidor don Juan
y el agravio de Isabela.) (Vanse.)
Sale D. JUAN. y CATALINÓN
CATALINÓN.     ¿Cómo el rey te recibió?
D. JUAN. Con más amor que mi padre.
CATALINÓN. ¿Viste a Isabela?
D. JUAN.                           También.
CATALINÓN. ¿Cómo viene?
D. JUAN.                       Como un ángel.
CATALINÓN. ¿Recibióte bien?
D. JUAN.                          El rostro
bañado de leche y sangre,
como la rosa que al alba
revienta la verde cárcel.
CATALINÓN. Al fin, ¿esta noche son
las bodas?
D. JUAN.                 Sin falta.
CATALINÓN.                              Si antes
hubieran sido, no hubieras,
engañado a tantas antes,
pero tú tomas esposa,
señor, con cargas muy grandes.
D. JUAN. Di, ¿comienzas a ser necio?
CATALINÓN. Y podrás muy bien casarte
mañana; que hoy es mal día.
D. JUAN.. Pues, ¿qué día es hoy?
CATALINÓN.                                   Es martes.
D. JUAN. Mil embusteros y locos
dan en esos disparates.
Sólo aquél llamo mal día,
acïago y detestable,
en que no tengo dineros;
que lo demás es donaire.
CATALINÓN. Vamos, si te has de vestir;
que te aguardan, y ya es tarde.
D. JUAN. Otro negocio tenemos
que hacer, aunque nos aguarden.
CATALINÓN. ¿Cuál es?
D. JUAN.                 Cenar con el muerto.
CATALINÓN. ¡Necedad de necedades!
D. JUAN. ¿No ves que di mi palabra?
CATALINÓN. Y cuando se la quebrantes,
¿qué importa? ¿Ha de pedirte
una figura de jaspe
la palabra?
D. JUAN.                 Podrá el muerto
llamarme a voces infame.
CATALINÓN. Ya está cerrada la iglesia.
D. JUAN. Llama.
CATALINÓN.             ¿Qué importa que llame?
¿Quién tiene de abrir?, que están
durmiendo los sacristanes.
D. JUAN. Llama a ese postigo.
CATALINÓN.                                Abierto
está.
D. JUAN..         Pues entra.
CATALINÓN.                          Entre un fraile
con su hisopo y estola.
D. JUAN. Sígueme y calla.
CATALINÓN.                       ¿Que calle?
D. JUAN. Sí.
CATALINÓN.     Ya callo. Dios en paz
destos convites me saque.
¡Qué escura que está la iglesia,
Entran por una puerta y salen por otra
señor, para ser tan grande!
¡Ay de mí! ¡Tenme, señor,
porque de la capa me asen!
Sale D. GONZALO como de antes, y encuéntrase con ellos
D. JUAN. ¿Quién va?
D. GONZALO.                Yo soy.
CATALINÓN.                             ¡Muerto estoy!
D. GONZALO. El muerto soy; no te espantes.
No entendí que me cumplieras
la palabra, según haces
de todos burla.
DON JUAN.                       ¿Me tienes
en opinión de cobarde?
D. GONZALO. Sí; que aquella noche huiste
de mí cuando me mataste.
D. JUAN.. Huí de ser conocido;
mas ya me tienes delante.
Di presto lo que me quieres.
D. GONZALO. Quiero a cenar convidarte.
CATALINÓN. Aquí excusamos la cena;
que toda ha de ser fiambre,
pues no parece cocina.
..................................................................
D. JUAN. Cenemos.
D. GONZALO.                  Para cenar
es menester que levantes
esa tumba.
D. JUAN.                  Y si te importa,
levantaré esos pilares.
D. GONZALO. Valiente estás.
D. JUAN.                        Tengo brío
y corazón en las carnes.
CATALINÓN. Mesa de Guinea es ésta.
Pues, ¿no hay por allá quien lave?
D. GONZALO. Siéntate.
D. JUAN.               ¿Adónde?
CATALINÓN.                               Con sillas
vienen ya dos negros pajes.
Entran dos enlutados con dos sillas
¿También acá se usan lutos
y bayeticas de Flandes?
D. GONZALO. Siéntate tú.
CATALINÓN.                  Yo, señor,
he merendado esta tarde.
D. GONZALO. No repliques.
CATALINÓN.                       No replico.
(¡Dios en paz desto me saque!)
¿Qué plato es éste, señor?
D. GONZALO. Este plato es de alacranes
y víboras.
CATALINÓN.               ¡Gentil plato!
D. GONZALO. Estos son nuestros manjares.
¿No comes tú?
D. JUAN.                       Comeré,
si me dieses áspid y áspides
cuantos el infierno tiene.
D. GONZALO. También quiero que te canten.
CATALINÓN. ¿Qué vino beben acá?
D. GONZALO. Pruébalo.
CATALINÓN.                 Hiel y vinagre
es este vino.
D. GONZALO.                   Este vino
exprimen nuestros lagares.
(Cantan.)     Adviertan los que de Dios
juzgan los castigos grandes,
que no hay plazo que no llegue
ni deuda que no se pague.
CATALINÓN. ¡Malo es esto, vive Cristo!,
que he entendido este romance,
y que con nosotros habla.
D. JUAN. Un yelo el pecho me parte.
(Cantan.)     Mientras en el mundo viva,
no es justo que diga nadie,
«¡Qué largo me lo fiáis!»,
siendo tan breve el cobrarse.
CATALINÓN. ¿De qué es este guisadillo?
D. GONZALO. De uñas.
CATALINÓN.               De uñas de sastre
será, si es guisado de uñas.
D. JUAN.. Ya he cenado; haz que levanten
la mesa.
D. GONZALO.             Dame esa mano;
no temas, la mano dame.
D. JUAN. ¿Eso dices? ¿Yo temor?
¡Que me abraso! ¡No me abrases
con tu fuego!
D. GONZALO.                    Éste es poco
para el fuego que buscaste.
Las maravillas de Dios
son, don Juan, investigables,
y así quiere que tus culpas
a manos de un muerto pagues;
y si pagas desta suerte,
..................................................................
ésta es justicia de Dios:
«Quien tal hace, que tal pague.»
D. JUAN. ¡Que me abraso! ¡No me aprietes!
Con la daga he de matarte.
Mas ¡ay! que me canso en vano
de tirar golpes al aire.
A tu hija no ofendí,
que vio mis engaños antes.
D. GONZALO. No importa, que ya pusiste
tu intento.
D. JUAN.                 Deja que llame
quien me confiese y absuelva.
D. GONZALO. No hay lugar; ya acuerdas tarde.
D. JUAN. ¡Que me quemo! ¡Que me abraso!
¡Muerto soy! (Cae muerto.)
CATALINÓN.                   No hay quien se escape;
que aquí tengo de morir
también por acompañarte.
D. GONZALO. Ésta es justicia de Dios:
«Quien tal hace, que tal pague.»
Húndese el sepulcro con D. JUAN. y D. GONZALO, con mucho ruido, y sale CATALINÓN arrastrando
CATALINÓN. ¡Válgame Dios! ¿Qué es aquesto?
Toda la capilla se arde,
y con el muerto he quedado
para que le vele y guarde.
Arrastrando como pueda,
iré a avisar a su padre.
¡San Jorge, San Agnus Dei,
sacadme en paz a la calle! (Vase.)
Sale EL REY, D. DIEGO y ACOMPAÑAMIENTO
D. DIEGO. Ya el marqués, señor, espera
besar vuestros pies reales.
REY. Entre luego, y avisad
al conde, porque no aguarde.
Sale BATRICIO y GASENO
BATRICIO. ¿Dónde, señor, se permiten
desenvolturas tan grandes,
que tus criados afrenten
a los hombres miserables?
REY. ¿Qué dices?
BATRICIO.                     Don Juan Tenorio,
alevoso y detestable,
la noche del casamiento,
antes que le consumase,
a mi mujer me quitó;
testigos tengo delante.
Sale TISBEA, y ISABELA, y ACOMPAÑAMIENTO
TISBEA. Si vuestra alteza, señor,
de don Juan Tenorio no hace,
justicia, a Dios y a los hombres,
mientras viva, he de quejarme.
Derrotado le echó el mar;
dile vida y hospedaje,
y pagóme esta amistad
con mentirme y engañarme
con nombre de mi marido.
REY. ¿Qué dices?
ISABELA.                   Dice verdades.
Sale AMINTA y EL DUQUE OCTAVIO
AMINTA. ¿Adónde mi esposo está?
REY. ¿Quién es?
AMINTA.                   Pues, ¿aún no lo sabe?
El señor don Juan Tenorio,
con quien vengo a desposarme,
porque me debe el honor,
y es noble y no ha de negarme.
Manda que nos desposemos.
..................................................................
Sale EL MARQUÉS DE LA MOTA
MOTA. Pues es tiempo, gran señor,
que a luz verdades se saquen,
sabrás que don Juan Tenorio
la culpa que me imputaste
tuvo él, pues como amigo,
pudo el cruel engañarme;
de que tengo dos testigos.
REY. ¿Hay desvergüenza tan grande?
Prendelde y matalde luego.
..................................................................
D. DIEGO. En premio de mis servicios
haz que le prendan y pague
sus culpas, porque del cielo
rayos contra mí no bajen,
si es mi hijo tan malo.
REY. ¡Esto mis privados hacen!
Sale CATALINÓN
CATALINÓN. Escuchad, oíd, señores,
el suceso más notable
que en el mundo ha sucedido,
y en oyéndome, matadme.
Don Juan, del Comendador
haciendo burla, una tarde,
después de haberle quitado
las dos prendas que más valen,
tirando al bulto de piedra
la barba por ultrajarle,
a cenar le convidó.
¡Nunca fuera a convidarle!
Fue el bulto, y convidóle;
y agora, porque no os canse,
acabando de cenar,
entre mil presagios graves,
de la mano le tomó,
y le aprieta hasta quitalle
la vida, diciendo: «Dios
me manda que así te mate,
castigando tus delitos.
Quien tal hace, que tal pague.»
REY. ¿Qué dices?
CATALINÓN.                     Lo que es verdad,
diciendo antes que acabase
que a doña Ana no debía
honor, que lo oyeron antes
del engaño.
MOTA.                  Por las nuevas
mil albricias pienso darte.
REY. ¡Justo castigo del cielo!
Y agora es bien que se casen
todos, pues la causa es muerta,
vida de tantos desastres.
OCTAVIO. Pues ha enviudado Isabela,
quiero con ella casarme.
MOTA. Yo con mi prima.
BATRICIO.                           Y nosotros
con las nuestras, porque acabe
El Convidado de piedra.
REY. Y el sepulcro se traslade
en San Francisco en Madrid,
para memoria más grande.