El león y el mosquito

 

-- ¡ Pobre insecto, desecho de la tierra, aléjate de mí ! -- decía el león un día al mosquito. Entonces éste le declaró la guerra diciéndole:

-- ¿ Crees acaso que por tener título de rey me asustas ?, un buey es tan fuerte como tú, y hago con él lo que quiero.

No más terminando de decirlo, y él mismo tocó a carga, siendo él trompeta y luchador al mismo tiempo. Se aleja un poco, toma velocidad y cae sobre el cuello del león, dejándolo casi enloquecido. El animal echa espuma por su boca, de sus ojos saltan chispas, y ruge. En la selva, todas las criaturas se esconden, y esta alarma general es obra sólo del mosquito. Esta pequeña imitación de mosca le azuza por mil sitios: ya en el lomo, ya en el hocico, ya en la nariz, y su furia no tiene entonces límites.

Triunfa el invisible adversario, riéndose al ver que no hay garra ni diente de aquel enfurecido animal que no se encargue de desangrarlo. El infeliz león se hiere a sí mismo; se castiga sus flancos con la cola, sacudiendo con furia el aire; la fatiga le abate, y al fin cae agotado y vencido.

El insecto se retira glorioso. Y como antes tocó a la carga, ahora toca victoria. Y yendo a anunciarla dondequiera, tropieza en su camino con una tela de araña, encontrando en ella su propia derrota.

¿ Qué podemos aprender de esta historia ? Dos cosas, según veo. Primero: que entre nuestros enemigos a menudo son más peligrosos los más pequeños; segundo: que uno que fuera campeón de grandes victorias, vino a perecer en un minúsculo tropiezo.

Cuando alcances un éxito, no te vanaglories con él. No vayas a tropezarte en el siguiente paso.