El sauce llorón

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Había una vez un sauce que vivía cerquita de aquí, a la orilla del río. Había llegado diciembre, hacía mucho calor y toda la costa estaba verde, verde marrón y verde cielo.

Los árboles que lo rodeaban cubrían día tras día todas sus ramas con hojas tiernas y brillantes, pues pronto llegarían los chicos a buscarlas para preparar el Árbol de Navidad.

Sauce Llorón se había puesto triste. Sus ramas eran tan viejas y tan largas. En ellas sólo se asomaban algunas hojitas nuevas.

La aguas del río las bañaban y les cantaban canciones las chicharras, las nutrias, los gallitos del agua. Pero, sin ramitas nuevas, ¿quién vendría a buscarlo?

Cuando pensaba en eso, por sus hojas muy largas corrían hasta el suelo dos o tres gotitas blancas. El Sauce Llorón, ¡LLORABA!

Sin embargo, seguía bañando su larga cabellera por el río color miel con la esperanza de lograr alguna mejoría en sus brotes y sus ramas y despertar así el interés de los niños.

De noche, conversaba con las estrellas juguetonas que bajaban a pasear por el río y les decía:

-¡Si yo pudiera convertirme en Árbol de Navidad! ¡Si yo pudiera!

Las estrellas sobre el río acariciaban sus ramas y le contaban historias de angelitos que tocaban clarines o bailaban acompañados por los duendes del agua.

Un día, Sauce Llorón sintió una vocecita que le decía:

-Amigo Sauce, ¿sería capaz de mover con sus ramas mi canoa que se quedó enganchada en estos camalotes? Se está haciendo tarde y quiero llegar hasta mi casa para dejar armado antes del anochecer el arbolito de Navidad.

-Trataré de ayudarte, amigo Juan, dijo Sauce Llorón, moviendo pesadamente su cabellera larga, queriendo separar la canoa de ese apretado tejido verde que habían formado allí los camalotes.

Sauce Llorón movió con fuerza sus ramas y con la ayuda del agua, la canoa por fin, pudo seguir el viaje hacia la casa .

-Adiós, Sauce Llorón, muchas gracias y ¡FELIZ NAVIDAD!

Había llegado la Noche Santa y a Sauce Llorón, por el esfuerzo, se le caían las últimas hojitas en el agua. El Sauce Llorón, ¡LLORABA!

Cuando llegaron las estrellas y lo vieron tan lacio, sin sus hojas largas, se desparramaron por cada una de sus ramas y lo cubrieron todo de luces titilantes. El Sauce Llorón, ¡BRILLABA! Brillaba tanto que por toda la costa se veía el fulgor de sus ramas estrelladas.

Esa noche, a las doce, más de cien angelitos que bajaban del cielo festejaron con él la NOCHE SANTA. El Sauce Llorón, ¡CANTABA!

El niño que ha nacido no tiene cuna nosotros con el sauce le haremos una.

Cientos de animalitos se fueron acercando contentos y admirados de tener por primera vez un Árbol de Navidad.

Y, desde entonces, en la costa del río, aquí cerquita, cada Nochebuena se ve al sauce islero con su larga cabellera de sauce abuelo, llenita de estrellas.