Calor |
Radiación
La
radiación presenta una diferencia fundamental respecto a la conducción y
la convección: las sustancias que intercambian calor no tienen que estar
en contacto, sino que pueden estar separadas por un vacío. La radiación
es un término que se aplica genéricamente a toda clase de fenómenos
relacionados con ondas electromagnéticas. Algunos fenómenos de la
radiación pueden describirse mediante la teoría de ondas, pero la única
explicación general satisfactoria de la radiación electromagnética es
la teoría cuántica. En 1905, Albert Einstein sugirió que la radiación
presenta a veces un comportamiento cuantizado: en el efecto fotoeléctrico,
la radiación se comporta como minúsculos proyectiles llamados fotones y
no como ondas. La naturaleza cuántica de la energía radiante se había
postulado antes de la aparición del artículo de Einstein, y en 1900 el
físico alemán Max Planck empleó la teoría cuántica y el formalismo
matemático de la mecánica estadística para derivar una ley fundamental
de la radiación. La expresión matemática de esta ley, llamada
distribución de Planck, relaciona la intensidad de la energía radiante
que emite un cuerpo en una longitud de onda determinada con la temperatura
del cuerpo. Para cada temperatura y cada longitud de onda existe un
máximo de energía radiante. Sólo un cuerpo ideal (cuerpo negro) emite
radiación ajustándose exactamente a la ley de Planck. Los cuerpos reales
emiten con una intensidad algo menor. La
contribución de todas las longitudes de onda a la energía radiante
emitida se denomina poder emisor del cuerpo, y corresponde a la cantidad
de energía emitida por unidad de superficie del cuerpo y por unidad de
tiempo. Como puede demostrarse a partir de la ley de Planck, el poder
emisor de una superficie es proporcional a la cuarta potencia de su
temperatura absoluta. El factor de proporcionalidad se denomina constante
de Stefan-Boltzmann en honor a dos físicos austriacos, Joseph Stefan y
Ludwig Boltzmann que, en 1879 y 1884 respectivamente, descubrieron esta
proporcionalidad entre el poder emisor y la temperatura. Según la ley de
Planck, todas las sustancias emiten energía radiante sólo por tener una
temperatura superior al cero absoluto. Cuanto mayor es la temperatura,
mayor es la cantidad de energía emitida. Además de emitir radiación,
todas las sustancias son capaces de absorberla. Por eso, aunque un cubito
de hielo emite energía radiante de forma continua, se funde si se ilumina
con una lámpara incandescente porque absorbe una cantidad de calor mayor
de la que emite. Las
superficies opacas pueden absorber o reflejar la radiación incidente.
Generalmente, las superficies mates y rugosas absorben más calor que las
superficies brillantes y pulidas, y las superficies brillantes reflejan
más energía radiante que las superficies mates. Además, las sustancias
que absorben mucha radiación también son buenos emisores; las que
reflejan mucha radiación y absorben poco son malos emisores. Por eso, los
utensilios de cocina suelen tener fondos mates para una buena absorción y
paredes pulidas para una emisión mínima, con lo que maximizan la
transferencia total de calor al contenido de la cazuela. Algunas
sustancias, entre ellas muchos gases y el vidrio, son capaces de
transmitir grandes cantidades de radiación. Se observa experimentalmente
que las propiedades de absorción, reflexión y transmisión de una
sustancia dependen de la longitud de onda de la radiación incidente. El
vidrio, por ejemplo, transmite grandes cantidades de radiación
ultravioleta, de baja longitud de onda, pero es un mal transmisor de los
rayos infrarrojos, de alta longitud de onda. Una consecuencia de la
distribución de Planck es que la longitud de onda a la que un cuerpo
emite la cantidad máxima de energía radiante disminuye con la
temperatura. La ley de desplazamiento de Wien, llamada así en honor al
físico alemán Wilhelm Wien, es una expresión matemática de esta
observación, y afirma que la longitud de onda que corresponde a la
máxima energía, multiplicada por la temperatura absoluta del cuerpo, es
igual a una constante, 2.878 micrómetros-Kelvin. Este hecho, junto con
las propiedades de transmisión del vidrio antes mencionadas, explica el
calentamiento de los invernaderos. La energía radiante del Sol, máxima
en las longitudes de onda visibles, se transmite a través del vidrio y
entra en el invernadero. En cambio, la energía emitida por los cuerpos
del interior del invernadero, predominantemente de longitudes de onda
mayores, correspondientes al infrarrojo, no se transmiten al exterior a
través del vidrio. Así, aunque la temperatura del aire en el exterior
del invernadero sea baja, la temperatura que hay dentro es mucho más alta
porque se produce una considerable transferencia de calor neta hacia su
interior. Además
de los procesos de transmisión de calor que aumentan o disminuyen las
temperaturas de los cuerpos afectados, la transmisión de calor también
puede producir cambios de fase, como la fusión del hielo o la ebullición
del agua. En ingeniería, los procesos de transferencia de calor suelen
diseñarse de forma que aprovechen estos fenómenos. Por ejemplo, las
cápsulas espaciales que regresan a la atmósfera de la Tierra a
velocidades muy altas están dotadas de un escudo térmico que se funde de
forma controlada en un proceso llamado ablación para impedir un
sobrecalentamiento del interior de la cápsula. La mayoría del calor
producido por el rozamiento con la atmósfera se emplea en fundir el
escudo térmico y no en aumentar la temperatura de la cápsula. |